En el confinamiento de su casa, trató de recobrar el aliento, apoyando la espalda en la puerta. Fue directamente a la cocina a prepararse un té. Las manos la fallaban, estaba temblando como una hoja. No hacía más que castigarse por lo que había ocurrido. Sabía que eso podría reportarla problemas, en especial, por la decisión del Alto Examinador. De saberlo, -y que pronto eso iba a ocurrir-, se negaría y su confianza depositada en ella, desaparecería. Apenas lograba ver la tetera al tener los ojos empañados de lágrimas. Fue a alcanzar una de las tazas de la despensa e intentó calmarse para no tirarla, recordándose una y otra vez que estaba en casa, «en casa, en casa».
Pasó un rato hasta que alguien llamó a la puerta y escuchó la voz de Iradiel. Era lo que necesitaba oír para ir corriendo hacia la puerta, abrazarlo con fuerza y enterrar el rostro en su pecho. La correspondió, consciente de lo que causó la inesperada visita en el cuartel. La reconfortó al apretarla un poquito contra él.
—Shhh… ya está, tranquila. He venido en cuanto me han avisado y no te he visto por allí.
—Lo… lo siento… lo siento… —murmuraba sollozando en un hilo de voz.
—No tienes nada de qué disculparte. La gente del cuartel puede ser un poco seca también cuando están bajo estrés. No te preocupes por nada más que de ti. ¿Estás mejor?
Negó sin levantar cabeza y apretó el abrazo al volver a recrear la culpa.
—Lo… Lo he estropeado todo… en… en cuanto sepa esto el Relicario… —su voz se ahogaba en un nudo que brotaba de su garganta, soltando un sollozo.
—¿Crees que lo sabrán? Lo más seguro es que en cuanto entre algún oficial dando voces y preguntando qué hacen que no están trabajando o moviéndose, se les olvidará. En serio, no te preocupes. Además, conozco al de la cicatriz, y sé que ese sí que manda un poco. Le convenceré para que no te perjudique.
—Que-Quería darte una sorpresa… —balbuceó. Sorbió por la nariz y trató de levantar cabeza, mirarle a los ojos, donde el elfo pudo ver su aflicción en esas mejillas irritadas llena de pecas y aquellos ojos que no podían parar de llorar— y… darte una… noticia. Me… me concedieron una oportunidad..
—Y sorpresa ha sido, desde luego. —Sonrió un poco, quitándole hierro al asunto acariciándola el pelo y luego enjugando esas lágrimas de la mejilla con el dorso de la mano, atendiéndola.— ¿En serio? ¿No han puesto problemas? ¡Eso es estupendo! —celebró, animándola.
Idril tragó saliva, calmando paulatinamente esas lágrimas. La presencia protectora de Iradiel la fortalecía y poco a poco la dejaba en la quietud y el sosiego, aunque su cuerpo aún estaba un poco alterado por los nervios.
—Sí. —murmuró mostrando una sonrisita en esa carita que había expresado toda la angustia y miedo momentos antes.
—Cuéntame, ¿cómo fue? ¿Se sorprendió? ¿Has estado preparando cosas ya? —A Iradiel le pareció mejor idea desviar la atención del tema del cuartel, llevándola al terreno de la investigación, que le agradaba bastante más. La elfa asintió.
—Pues… al principio no iba a aceptar, ¿quieres un té? —Le preguntó mientras se dirigía a la cocina.
—Sí, gracias. —Asintió al ofrecimiento, pero luego parecía confundido mientras la seguía— ¿Qué le hizo dudar en la aceptación? ¿El problema que me contaste?
Tenía una tetera de agua ya caliente. Recogió una taza de la alacena.
— Me… dijo que… con mi enfermedad… podría tener problemas…
—Bah, tonterías. —dijo Iradiel haciendo un gesto con la mano.— Además, tú no estás enferma. Ni vamos a tener problemas.
Sonrió tímidamente, entregándole la taza y mirándole a esos ojos gatunos que tanto le encantaban, sintiendo un soplo de ánimo a sus palabras.
—¿De verdad lo crees?
— Claro. Y aunque los tuviéramos, lidiaremos con ellos. No me preocupa lo que nos podamos encontrar. Ese tipo de complicaciones también nos hace crecer y mejorar. —respondió con convicción tomando la taza y seguidamente, dio un sorbo mirándola por encima del borde de la misma.
Idril asomó una sonrisa enorme. Esos ojos, que podrían estar un poco cristalinos, brillaban de otra forma. Iradiel no había mencionado sobre su mal, lo cual, a ella la reconfortaba. Eso la hacía sentir tan bien que cualquier problema que antes los veía enormes, ahora ya no tenían demasiada importancia.
— Contigo, seguro que estaremos bien.
— Eso espero, al menos voy a hacer todo lo que pueda para evitarlo. Dime una cosa. ¿Te da miedo la oscuridad? —Preguntó Iradiel con curiosidad.
Negó sacudiendo la cabeza enseguida y de eso, puede sentirse orgullosa.
—Estupendo. No quiero preocuparte, pero indagando… parece que hubo algún tipo de fuga en Ulduar. Es posible que tengamos que defendernos.
— Oh… — Idril le miraba asombrada con los ojos un poco más abiertos y con esa perfecta ‘O’ entreabriendo un poco los labios— Bueno… yo… yo sé defenderme —después, bajó la mirada a la taza con el ceño fruncido resonando una vez más esas palabras del jefe que la molestaban— A pesar de que algunos crean lo contrario. —murmuró.
— Seguro que sí. Espero que no lo tengas que demostrar, pero si llega a haber problemas, cuento contigo.
Le miró por primera vez con una seguridad inusitada en sus ojos, seria y con el ceño muy arrugado dando un asentir seco. El elfo sonrió ante su respuesta del cual le hizo bastante gracia.
— Estás totalmente determinada con ésto. Me gusta. No tengo ni idea de lo que nos espera allá dentro, pero seguro que todo irá bien.
—Yo sé que nos irá bien. A-Además, he pensado en llevar la tienda de campaña, y había pensado en traerme varios libros, provisiones, sacos de dormir… —va contando con los dedos.— Oh… ropa de abrigo. Ropa de abrigo… —correteó a su habitación dejando a Iradiel en la cocina, pero la siguió con cierta parsimonia con la taza en mano. Por mucho que quisiera ir a su paso, le acabaría estresando moverse a su velocidad inquieta.
Idril abrió el armario de par en par viendo la ropa que tenía. Dio un enorme suspiro bajando los hombros con cierto desánimo. Ni una ropa de invierno.
—Creo que… debería comprar. A-Aquí en Lunargenta nunca hace frío… —murmuró haciendo una mueca de resignación.
—A lo mejor tienen en Dalaran, del último viaje a Rasganorte. Salvo que te gusten las pieles de los Lobo Gélido en Alterac o lo que puedan tener los goblin en Cuna del Invierno, no se me ocurre mucho más ahora.
—¿Dalaran? —Le miró ilusionada— ¿La ciudad flotante? Nunca he ido. En Azsuna, cuando fui, me teleportaron.
—Era la principal base en las Islas Abruptas, ya sabes. Si no nos han desactivado la piedra de hogar para volver, a lo mejor podemos usarla para llegar a ella.
—Yo no tengo. —frunció el ceño, pensativa.
—Podría ser que… podamos ir juntos con la tuya, pero … —siguió pensativa y ceñuda. Le hacía una uve en el entrecejo— las piedras de hogar se ligan a una persona solamente. No creo que funcione.
—No tengo ni idea. ¿No pueden fabricarse otras a partir de ésta? Eso sería un problema de seguridad, pero… quién sabe. O simplemente, ver si en Orgrimmar venden algo de abrigo, algo recio. Bueno, espera, ¿no tenéis los magos acceso a la ciudad? Juraría que muchos podían simplemente abrir un portal.
—Sí… ten-tendría que pedirlo… —murmuró haciendo una mueca.— Quizás algun compañero de trabajo pueda ayudarme.
—La verdad es que llevo demasiado tiempo sin tener que pensar en dónde comprar la ropa. Solía valerme con lo que nos abastecían en las campañas, así que… —Se encogió un poco de hombros.
—¿Me… me ayudarías con la ropa? —le preguntó sabiéndole mal el retraso que supondría quedarse un rato más en Dalaran. — ¿hablarías con el dependiente?
Iradiel ni corto ni perezoso, asintió.
—¿Por qué no? No deberíamos tardar tanto. Además, si en algún lugar se puede encontrar información de lo que vamos a buscar, es allí.
—Entonces… a-aprovecharé para poner mi runa en el ministerio del Kirin Tor.—pensar en ese momento, al lado de Iradiel, la hacía sonreir con esperanza. Su primer viaje la hacía tremenda ilusión y eso se reflejaba en su sonrisa.
—¿En qué consiste eso? Es la primera vez que lo oigo. —Preguntó el elfo con el ceño fruncido.
—Verás… los teletransportes en las ciudades está controlado. En todas las ciudades hay administradores mágicos. —explicó Idril en un ademán, acercándose un poco— los magos no podemos utilizar el teletransporte o los portales tanto como quisiéramos y los administradores controlan que sea así por las lineas ley. Tan solo pediría el permiso a la ciudad para poder ir siempre que lo necesite y quede registrada. De esa manera, la piedra de hogar no haría falta.
—Ya veo, más práctico tener un registro que llevar más piedras en los bolsillos. Dicho así suena un poco ridículo… pero es verdad. —respondió meditabundo y comprendiendo mejor lo que suponía eso para un mago.
La elfa sonrió comedida al ver que lo ha entendido.
—Para mi es importante este viaje, Iradiel. Si lo hago y vamos a lugares recónditos, podré poner mi runa y teleportarnos cuando lo necesitemos.
—Elige un buen sitio para ponerla, no vayamos a aparecer en sitios comprometidos. —bromeó.
—Claro que no vamos a aparecer en sitios comprometidos. — aseveró con obviedad.— Lo que sí haré es que podamos ir a la tienda de campaña para cuando lo necesitemos de verdad. Nunca se sabe. —recogió una bolsa del armario y se lo cruzó en travesera. Es bastante abultada, a saber qué lleva ahí— ¿te dieron ya el permiso? ¿podemos irnos hoy mismo?
Iradiel hizo una ligera mueca antes de contestar.
—Con la visita de hoy he tenido que dar algunas explicaciones y ya he aprovechado para exponer lo que nos traemos entre manos. Aunque hacen falta guerreros, de momento se pueden valer con los que están, no han querido que la expedición se demore demasiado. Ya sabes, por si resulta que sí que tenemos un hallazgo. No quieren que caiga en unas manos que no sean Sin’dorei. Así que no nos molestarán. Siempre y cuando volvamos aquí con lo que encontremos, tengo permiso para marchar. Y si sale mal, como tampoco estoy oficialmente con ellos, se podrán lavar las manos. Todos salimos ganando ésta vez.
—Pues no perdamos más tiempo. Antes de que mi jefe me avise y le escuche en mi mente. No quiero que se niegue ahora. Y sé que lo hará. —correteó a la cocina para meter en la bolsa algunas provisiones, apresurada.
—¿Por qué iba a cambiar de parecer ahora? —la volvió a seguir hacia la cocina con la misma parsimonia cuando la siguió hasta su habitación. —Además, es una situación que le conviene. Se sabrá aprovechar del éxito que consigamos ahí, lo que ya no tengo tan claro es si los caballeros van a querer meter también las manos en ésto. Aunque por desgracia para ellos, están bastante más ocupados que los del Relicario.
Idril le miró preocupada a la vez que metía dentro de un trapo el queso y lo guardaba en el morral.
—Espero que no. Y respecto a lo que preguntas, no creo que mi jefe olvide fácilmente lo que pasó. No le conoces. A veces es demasiado protector…
—Bueno, entonces no le demos motivo para recordar aquello otra vez.
—¿Necesitas preparar algo? Yo he pensado en los dos… Me refiero a las provisiones y la tienda. En ella cabremos los dos perfectamente. — aseguró mientras recogía un bote, que no perdió oportunidad para destaparlo un segundo y olerlo, pues le encantaba las fragancias de las hierbas para poder preparar un buen té. Enseguida lo metió en el morral.
Iradiel iba dándose cuenta de que el morral no aumentaba de tamaño, cosa que su curiosidad acrecentaba y llegó a acertar el motivo.
—Magia en las bolsas. No sé si quiero entender cómo se hace para que pueda caber tanto dentro de ellas. Por lo demás, tendré que preparar la armadura y las armas, no debería necesitar mucho más ahí dentro. Ventajas de ser un luchador, supongo. Tampoco debería llevarnos mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo crees que estaremos allí?
—Pues… —por un momento, se quedó muy pensativa, metiendo la segunda taza en el morral lentamente— … n-no lo sé… Es… mi primera expedición. No sé qué nos encontraremos ni qué sacaré en claro. Lo que sí sé… es que tengo el artefacto a buen recaudo. —dio un par de palmaditas en el morral.
—Vale, añadiré piedras para afilar las armas, espero que no tanto tiempo como para necesitar aceite para la armadura. Pociones, vendas… ¿cabe en esas bolsas un caballero de sangre o un sacerdote? Podría venir bien.
Idril se echó a reir y sacudió la cabeza negando.
—¡No! las bolsas tan sólo guardan objetos, no personas. El hechizo puede soportar un peso y cantidad determinado. No es ilimitado.
Iradiel torció el gesto. Su gozo en un pozo.
—Lástima. Bueno, supongo que habrá que conformarse con el resto de cosas. No sé si estaré pasando algo por algo…
—¿Tenemos que ir a tu casa a recoger las cosas? —Preguntó, ya lista para partir.
El elfo asintió haciendo una ligera mueca, pues aún debían hacer una paradita por su casa.
—Sí, para no ir cargando con la armadura a todas partes. No deberíamos tardar demasiado.
Idril estaba nerviosa y excitada por el viaje. Sólo recoger las cosas de Iradiel y emprender la marcha. Su aventura estaba apunto de empezar.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...