Al día siguiente, Idril había pensado en buscar a Iradiel. Quería poderle dar la noticia, pero se veía en la tesitura de que no sabía donde encontrarlo y en el caso de tener que ir expresamente al cuartel de los Caballeros de Sangre… le suponía el problema que debía hablar con los guardias para al menos saber dónde encontrarlo. Se paseaba de acá para allá cerca del cuartel, justo al nexo entre el Intercambio Real y la Plaza del Errante. Tenía la mano abierta de la mano izquierda tensada y apretando el puño derecho a esa palma. La gente se la quedaban mirando como si fuese un bicho raro al exteriorizar su inquietud, así que, se vio obligada a meterse en la pequeña terraza interna que había en la esquina de la Plaza del Errante, cerca del cuartel de los Caballeros de Sangre, donde no llamase la atención.
Jugueteaba con la manga derecha por las muñecas, fijándose con ansiedad en quién entraba y salía del cuartel y si por casualidad saliera Iradiel, en el caso de estar ahí. Temía equivocarse e intentaba pensar en qué lugares podría estar. Pensó en el Iradiel-gato ¿quizás arañando árboles? De repente sacudió la cabeza ante esa idea ¡qué estupidez! Evidentemente, era difícil que él estuviese por ahí arañando árboles. Y desde luego, si lo hiciera, no iban a saberlo en el cuartel por su propio bien. Se dio cuenta que a pesar de la seguridad que le proporcionaba tratarlo, no le conocía demasiado. Eso la entristecía ¿cómo iban a poder verse?
Al cabo de un rato de mirar pasar caballeros que la ignoraban con más o menos disimulo, uno se acercó al ver a la inquieta muchacha que se paseaba en aquella terraza interior, aunque ella, no lo vio llegar. No era el que más aspecto amigable tenía: era un caballero pelirrojo con una marca de garra cruzándole la parte izquierda del rostro, con un parche disimulando la pérdida del ojo.
—Salud, hermana. Disculpa el ajetreo, estamos ocupados preparándonos para ir al frente de guerra. No sé si puedo ayudarte en algo. —la habló desde su espalda.
Cogió aire con impulso del propio susto que le propició, dándose la vuelta. Caminó hacia atrás, se tropezó y cayó de culo al suelo. Pero eso no la detuvo para seguir apartándose de él a gatas, ayudándose con los talones. Se arrastró, con los ojos bien abiertos y con el pánico escrito en el rostro.
El elfo, que ni conocía a Idril ni parecía que quisiese tener interés en cómo tratarla, bufó un poco por la nariz, molesto por la aparente pérdida de tiempo y de sorpresa, creyendo que huía por su rostro dañado.
—No tenemos tiempo, como te he dicho. ¿Puedo ayudarte o no? — preguntó secamente. A pesar de todo, extendió la mano para ayudarla a incorporarse de nuevo.
No parecía estar dispuesta a coger esa mano. Gateó más hacia atrás, hasta que la pared le impidió llegar más allá. Se tapó la cara con las manos, después se abrazó a las rodillas, se acunó y tapó los oídos, muy angustiada.
El caballero miró a los lados, incómodo. Si nadie ha malinterpretado lo que ocurrió es porque la mayoría ya han visto e ignorado que la elfa estaba ahí. Se inclinó, manteniendo la distancia, apoyando la rodilla en el suelo.
—Eh, ¿estás bien? ¿Qué te ha ocurrido? Aquí nadie va a hacerte daño, estamos aquí para servir al reino.
Sollozó acunándose con los oídos tapados. Todo su cuerpo estaba agarrotado por el ataque de pánico.
La situación no mejoraba. El elfo llamó a una compañera que pasó por su lado, Idril, dentro de su aflicción, pudo escuchar la presencia de otra armadura cerca de él. Parecía pedirle ayuda pensando que por ser mujer quizá lo tenga más fácil con la asustadiza elfa. La mujer se inclinó como hizo el caballero.
—Hola, ¿estás bien, chica? ¿Podemos ayudarte en algo?
— Iradiel… Iradiel… Iradiel… —repetía como si fuese una mantra— Es mi amigo… ¿dónde está? —preguntó con ansiedad.
El elfo de la cicatriz frunció bastante el ceño y le oyó gruñir. La mujer se giró para mirarlo al escuchar y ver su gesto, entendiendo que sabía de quién habla.
— Iremos a por él. —sentenció el caballero.
Su compañera trató de ponerla una mano en la rodilla y preguntarla
— ¿Prefieres esperarle en otra habitación?
Nada más sentir el tacto, Idril se apartó hacia la esquina, volviendo a acunarse. Poco a poco empezaba a sentir una presión en el pecho de la tristeza que le causaba esa fobia, pensando en todo cuanto habló con el Alto Examinador, en Iradiel, en ese viaje. Cada vez más sentía el peso de esas terribles palabras de su jefe que la ahogaban… «estás enferma» «enfermedad». De repente, dio un grito desgarrado, liberando el dique que atenazaba su garganta.
—¡NOO!
Eso pudo confundir a la mujer que intentaba ayudarla, porque ese ‘no’, no iba dirigido a su pregunta.
Idril abría la mano muy tensa y se golpeó con los nudos metacarpianos de la palma en la cabeza mientras se acunaba, maldiciéndose a sí misma, compungida en lágrimas.
La caballero se quedó tan frustrada como su compañero momentos antes, y al final, movidos por no saber muy bien qué hacer en esa situación ni querer tener que lidiar con ésto mucho más, optaron por dejarlo en el tejado de la persona que nombró la extraña muchacha e irlo a buscar. Idril notaba esas miradas curiosas de los transeúntes y de algún arquero que había creído oír un grito desde la zona de entrenamiento. Cerró los ojos con fuerza, pues no era la primera vez que algo así la había ocurrido. En medio del pánico que la nublaba los sentidos, Idril tuvo un momento de lucidez gracias a esas miradas y murmuró pronto un hechizo de invisibilidad. Desapareció ante esas ojos curiosos. Tuvo fuerzas suficientes para levantarse y echar a correr, huir hacia la fortaleza de su casa.
Sin querer, golpeó el hombro de un ciudadano al pasar corriendo, cosa que provocó la alarma en él ante la posibilidad de haber un enemigo escondido entre las sombras. Se había armado tremendo revuelo, pero todo aquello había quedado atrás, donde ella al fin era ajena.