Silandra Gar'lathan

[Silandra] Capítulo 1: Recuerdos del pasado

Capítulo 1: Recuerdos del pasado

Silandra se miraba en el espejo. La estilista de la ciudad terminaba de arreglarla el cabello y colocarla unas pequeñas flores decorativas en sus rizos pelirrojos que reposaban en su hombro izquierdo. En unas horas iba a ser la mujer de Rompealba y casi parecía estar Silandrabodaviviendo un sueño.
El reflejo le mostraba su rostro, perfectamente maquillado. Su mirada resaltaba en ese sombreado la expresión de la dicha y la incredulidad ‘¿realmente al fin está pasando?’ se decía. Ha pasado tanto tiempo desde que Thingol le había pedido matrimonio. Es como si de pronto toda su vida junto a alguien pasara por su mente y la hiciera reflexionar.

Bajó despacio la mirada.

Cuando conoció a Thingol, ella era viuda. Su difunto esposo había muerto hacía más de tres años y jamás pensó que nuevamente el amor llamaría a su puerta, después de que su hermano, Kaethiras, le arrebatase la vida.

Fue una conmoción.

Estaba a punto de dar a luz a su hija, una semielfa. Todo estaba planeado para dicho nacimiento, lejos de la mirada de Lunargenta. Dos de los compañeros del Ban’dinoriel le dieron el pésame al haber encontrado el cuerpo sin vida de Azael. El dolor fue tan grande que se le desgarraba el alma. El parto se adelantó y la niña no sobrevivió.

El Ban’dinoriel conoció el gran secreto que ocultaron Silandra y Azael, pues llevaba un orbe de engaño bajo la ropa. Él no era Azael Kel’doran, un Errante que se creyó desaparecido en combate cuando las fuerzas rebeldes de la Horda se enfrentaron a Garrosh.

Sucesos funestos y oscuros hicieron que él y el verdadero Kel’doran se llegasen a conocer en la arena de Orgrimmar, cuando los Kor’kron jugaban con los prisioneros. Cuando conoció a Silandra en Bahía del Botín tuvieron un pequeño romance -pero imposible-, no quiso darse por vencido. Su propósito era ir a buscarla en Lunargenta a como dé lugar y buscar el modo de no perder la vida en el intento. Su largo viaje le llevó a conocer muchas personas en su camino, especialmente una desconfiada Quel’dorei, profesora de magia en Ventormenta. Al conseguir la amistad de la elfa, aprendió las costumbres de los elfos y el idioma Thalassiano, pues no paraba de preguntar por su pueblo. Era tal el interés que profesaba, que despertó la curiosidad de la Quel’dorei. Necesitó preguntar la causa y el motivo. Tras contarle la verdad la conmovió, pues veía en sus ojos que amaba a aquella elfa y parecía ser correspondido, pero ambos pueblos, dos mundos tan distintos, podrían llegar a distanciarlos, pero eso no parecía ser obstáculo para él, aunque le llevase la vida.

Decidió ayudarle, y esperaba no arrepentirse de ello, pues se preocupaba por la vida de su amigo. Con advertencia, quiso darle una oportunidad para que pueda volver a ver a la mujer de su vida con un orbe de engaño, para llegar al reino de Quel’thalas. Sin embargo, a pesar de las advertencias, que lo tuvo presente, haría lo posible para quedarse en aquel lugar.

Antes de llegar a las fronteras, pensó en su amigo y compañero en las arenas. Por eso, en su honor, tomó el aspecto de Azael Kel’doran a través del orbe de engaño, y con la suerte de su parte, logró atravesar las fronteras sin que Los Errantes advirtieran de la ilusión que escondía tal objeto.

Por meras casualidades del destino, logró localizar a Silandra en la Aldea Brisa Pura, así que, tras manifestarse en unas palabras que sólo ella conocía, volvieron a estar felizmente juntos, pero dicha felicidad no era completa.

Silandra vivía en una perpetua angustia porque no deseaba que supiesen del engaño y que la vida de su esposo (casados en secreto) corriese peligro. Cuando el Ban’dinoriel descubrió la verdad al hallar su cuerpo sin vida, estuvieron a punto de manchar su memoria. Pero recordaron que él luchó por una patria que no era la suya como todo un Sin’dorei, codo con codo, junto a ellos. Un compañero. Un amigo. Le enterraron con la identidad de Kel’doran a ruego y petición de Silandra, para que pudiera ser llorado en Quel’thalas.

Silandra sabía quién era el asesino de su esposo.

Tuzaro, -que ese era el nombre real, un Gilneano huargen-, supo de el pasado oscuro de su esposa que tenía que ver con el mayor de la casa Gar’lathan, hermano de Silandra, que todavía ejercía poder sobre ella. No quiso permitirlo ni un día más y planeaba asesinarlo. A pesar de que su esposa imploraba que no se enfrentase a él, fue tarde. Confiado en que podía vencerle desatando los poderes de Goldrinn y sus habilidades asesinas, no fue parangón ante el poder de Kaethiras Gar’lathan.

Silandra planeó vengarse y dar fin a quien le había arrebatado todo cuanto amaba. Lo engañó, lo envenenó y ocultó el cuerpo sin vida de su hermano mayor teleportándolo más allá de Quel’thalas, quemarlo y esparcir sus cenizas al viento. Ese secreto oscuro la ha acompañado y se aseguró de que nadie supiese lo que ocurrió aquel fatídico día.
Durante largo año y medio vivió en una mascarada delante del reino. Conservando su puesto privilegiado de Magistrix y Examinadora del Relicario, guardando luto a su esposo, desgarrada de dolor. Como si centenares cuchillos hurgaran en su alma y la mantuviesen en una perpetua noche.

Pero qué caprichoso es el destino.

Silandra dibujaba una medio sonrisa de lado ante la ironía.

Cómo conoció a Thingol.

Todavía recuerda la conversación que mantuvo con la teniente Correalba, cuando solicitó un Errante como guardaespaldas «para cometidos del Magisterio» la aclaró Silandra ante la mirada extrañada de la teniente. Aceptando y mostrando su disposición, le habló de un Errante que no hacía mucho le habían trasladado a Quel’thalas para que se recuperase de las heridas recibidas luchando contra la Legión en Costa Abrupta y que antes de ser devuelto al frente, cambiase su destino a petición de la Magistrix. Thingol, extrañado y riéndose irónicamente de su nueva misión, se entrevistó con Silandra y aceptó sin reservas, después de saber cuál era su verdadera función como guardaespaldas y de quién debía proteger a la Magistrix.

Ella. Una Sin’dorei que ocultaba un océano de secretos y que, de ganarse Thingol su confianza, llegaría a ser cómplice de un plan de dudosa moralidad. Pero todas sus artimañas de seducción se vieron truncadas cuando el Errante, al cual había subestimado, llegó a penetrar entre las costuras de su amarga armadura compuesta de dolor y sufrimiento, que la habían transformado una mujer fría y calculadora, hasta llegar a tocar su corazón. Un corazón que jamás pensó que volvería a latir.
Y ahí estaba, mirándose en el espejo, vestida de novia y a punto de ser la esposa de Thingol. Después de más de año y medio desde que se conocieron, después de haber pasado por tribulaciones, hoy, iba a realizarse sus sueños.

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