Capítulo 2: El Errante guardaespaldas
-Mi señora, el ramo está listo. -dijo su criada. Le hizo entrega del ramo, compuesto de flores exóticas, mezclado con rosas rojas. Eran sus favoritas.
Se las acercó al rostro para oler su fragancia y cerró los ojos.
Volvió a recordar el pasado.
Thingol miraba el contrato que había sobre la mesa y no dudó en firmarlo. Un contrato en el que constaban sus servicios a la Magistrix para legalizarlo todo; no se paró a leer la letra pequeña que estipulaba. Había determinados caprichos de Silandra que acelerarían el control que deseaba tener sobre él y la confianza absoluta que la garantizaría su protección. No importaba si era Thingol u otra persona que Correalba le hubiese ofrecido, ella quería asegurar que todo cuanto hiciera, iba a quedar en absoluto secreto. Un cómplice donde albergara poder sobre él. Un fin para justificar sus medios.
Tenía entre sus posesiones un grimorio muy antiguo de la Academia de Nar’thalas, en Azsuna, cuando su equipo del Relicario y ella consiguieron entrar en esa ciudad maldita. Era rico en conocimientos mágicos, pero desgraciadamente, los espíritus condenados no les dejaban llevarse nada. Silandra fue más astuta. Oyó una voz en su cabeza que la conducía por lugares no vigilados por los espíritus. Debía ir sola y así lo hizo. Cuando todos volvieron al campamento ella aprovechó para seguir buscando. Esa voz se hacía cada vez más poderosa en ella cuando se iba acercando hacia donde provenía y halló un grimorio muy antiguo. Contaba con miles de años, antes de que el primer Cataclismo dividiera los continentes. Era un grimorio de la Legión que permaneció oculto en una caverna. Por fortuna, para llegar a él, debía de ser en las profundidades del agua, debajo de la misma Academia. El poder que prometía y lo que contenía cada página era muy deseable ¿ser la Sin’dorei más poderosa de Quel’thalas? ¿la que podía asegurar la protección de su pueblo? ¿quién iba a resistirse ante tal poder? Aportaría gloria al Ban’dinoriel. El grimorio advirtió que de otorgarle su poder iba a cambiarla por completo, así que, mientras aún estuviese en fase de adiestramiento, debía ocultar sus poderes mágicos, estar vulnerable por un tiempo, hasta que consiga dominar todo su poder. Sin embargo, no contaba que en su camino iba a tropezarse con personas que la entorpecerían. Esa vulnerabilidad se estaba convirtiendo en un problema y por eso había solicitado un guardaespaldas, después de haber sido amenazada. Si Thingol iba a pasar la mayor parte de su tiempo y vivir en su casa para garantizar su protección, debía seducirlo y en la cláusula, indicaba que la Magistrix podía solicitarlo como hombre de compañía, no sólo en acompañarla en eventos laborales o recepciones de gala, también podía disponer de él sexualmente.
La primera cena en casa de Silandra fue todo un espectáculo cuando hablaron de la cláusula que él había pasado por alto y que, desde luego, no leyó. La indignación del Errante era palpable. La discusión, ahora reflexionando en el recuerdo, era nostálgica, aunque en ese momento, debía hacer gala de toda su habilidad para convencerlo que, a pesar de la cláusula, era opcional y no obligatoria. Debía asegurarse de que no se iría.
No. No se podía obtener la confianza a la fuerza y se estaba convirtiendo un problema si su plan saliera mal. Prefería que pensase que era una viuda desesperada por sentir nuevamente el calor de un hombre, que no que iba a utilizarlo como a ella le plazca y fuese cómplice de su noble propósito, y quizás… compartir la gloria con él si fuese un buen súbdito. Debía hacer que la deseara y esperaba que no se fuera de su casa después de aquella cena espantosa. El amor era lo que menos le interesaba, no tenía corazón, ella debía ejercer el control y sólo permitir que la tocara como ella quería y donde ella quería. Ser dominante de su cuerpo y de sus deseos. Parecía un buen plan. Para ella, los hombres tan sólo eran individuos que, de saber jugar con su líbido y sus deseos carnales, podrías obtener cualquier cosa de ellos. Así pensaba antes de que hubiese conocido a su primer esposo. Azael era la excepción, pero él estaba muerto y se prometió que nadie ocuparía su corazón. Dolía demasiado la pérdida, no quería volver a sentir nada parecido.
Pero Thingol no estaba dispuesto a ser lo que ella pretendía. A sus ojos, ella era muy hermosa, sí, deseable, pero todo eso era una mera superficialidad. A medida que la iba conociendo, encontró que, tras aquella mujer fría, déspota, orgullosa y calculadora, había una mujer noble, patriota, frágil y llena de dolor. Que una sonrisa sincera suya era más valiosa que la seducción. Que la complicidad entre palabras animosas o divertidas era mejor que la lujuria y que un beso de sus labios y lograr estremecerla entre sus brazos, era mejor que simplemente acostarse con ella. Quería protegerla de sí misma y borrar todo cuanto sufrió, enamorarla sutilmente y que creyese que seguía teniendo el control sobre él. Pero ella no era tan estúpida y su ‘brillante’ plan comenzaba a agrietarse. Toda su seguridad se vio vulnerada por el miedo.
Aunque ella lo negara, no podía obviar la conexión que había entre ellos y eso la hacía apartarle de él en cuanto sentía que se acercaba demasiado. Necesitaba recuperar ese control, no deseaba que él se enamorase, eso pondría en peligro su plan, ni tampoco… que él la intentase enamorar. Pero todo ese muro que trataba de levantar constantemente, Thingol lo derribaba. Había pensado en echarlo de su casa, pero no quería que Correalba hiciera preguntas que la incomodasen y tuviera que dar explicaciones, tener que inventarse una coartada para maquillar el motivo.
No. Debía quedarse y ser ella quien tomara el control de aquella situación.
Una misiva llegó a la casa Gar’lathan para Thingol con el símbolo del Ban’dinoriel. Silandra lo reconoció enseguida, pues ella pertenecía a la organización y eso la inquietó. Si Thingol recibía esta carta, significaba que el Ban’dinoriel estaba interesado en él. ¿Qué querría el Capitán de él? Trató de serenarse, pues no tenía que significar nada. Tal vez necesitaban las habilidades de Thingol, pues él ha demostrado en toda su carrera militar un Errante de confianza, incluso ella podía decirlo. El contrato rezaba la discreción absoluta de los tratos que ambos tenían. Con todo el tiempo que trabajaban juntos, dudaba de que pudiera traicionarla. Thingol no sabía nada del grimorio y lo prefería. Debía madurar más su relación cómplice, había mucho que hacer.
Sin embargo, cuando acudió a la cita con el Capitán para informarle del motivo o interés que la organización tenían en él y de dar sus servicios a Quel’thalas valorando su entrega en Los Errantes, había una misión que, de cumplir con ella, definitivamente sería un agente del Ban’dinoriel: Habían llegado a sus oídos el rumor de que la Magistrix escondía algo que consiguió en la expedición de Nar’thalas y que no quiso poner en el inventario. Que había tenido salidas nocturnas sospechosas que les incitaba a pensar que algo no iba bien. Como guardaespaldas de Gar’lathan, esperaban que él fuese más partícipe, tuviera los ojos bien abiertos y les informase de cualquier anomalía.
La prueba de Thingol era inquietante ¿Silandra una traidora? ¿ella, con todo lo patriota que es? La había visto muy entregada en su trabajo y confiaba en ella, no creía en esa información, pues pasaba casi las 24h con ella, excepto cuando iba al Magisterio a trabajar, él dormía con ella, nada raro había visto. El Capitán se equivocaba sin duda. Pero una noche, después de haber yacido, Silandra trató de asegurarse que estaba dormido, pero Thingol es un Errante que ha luchado en el frente y nunca dormía profundamente. Fingió. Quería saber a dónde iba, hasta descubrir la verdad:
“- ¿Es tan importante eso, para que lo saques ahora de aquí? -La sobresaltó en medio de la penumbra.
Lo que llevaba entre manos la elfa, cayó al suelo y se abrió al impacto. Un libro antiguo con engarces de jade intenso como la misma vileza que desprendía, se separó de la seguridad de la caja. Thingol bajó la mirada hacia el que sin duda sería el grimorio que tanto mencionó Annor’Othar. Silandra miraba a los ojos del Errante lívida y con los ojos bien abiertos al ser descubierta.
– ¿Es lo que busca El Capitán? -preguntó alzando la vista a sus ojos.
Silandra por unos segundos, enmudeció, o no le salía la voz, hasta que logró recuperarla empujada por el orgullo. – ¿Eso qué importa?
Thingol suspiró profundamente y su voz parecía perderse en cada palabra.
-Magistrix Silandra Gar’lathan, está bajo arresto por presunta traición a Quel’thalas. -sentenció. Se acercó a ella tomándola de una de las muñecas para colocarla los grilletes. La elfa se resistió ante tal sentencia que no iba con ella y forcejeó. Thingol la agarró con firmeza. -Por favor, no me lo pongas más difícil. Si alguna de las palabras que me dijiste eran ciertas, deja que te lleve sin oponer resistencia.
Los ojos del elfo se humedecían de tristeza y rabia por igual. Horas antes, Silandra le aseguró que comenzaba a sentir cosas por él del cual no se arrepentía.
– ¡¡NADA DE LO QUE TE DIJE ERA CIERTO!! -desgarró su garganta. Parecía no importarla ver reflejado el dolor que le estaba causando a Thingol. Sus ojos se empañaban ¿vergüenza? ¿dolor? ¿resentimiento? No… debía alejarlo, tenía que hacerlo. Era el momento de apartarlo de su vida.
El Errante agarró la otra muñeca y terminó de maniatarla. La Magistrix no opuso resistencia y a su vez, se dio cuenta de cuánto dolía apartarle, de cuánto dolía lo que ha desencadenado la verdad. La hizo sentar en una silla de la alcoba, en la misma alcoba donde habían hecho el amor y donde la sorprendió. Con los ojos húmedos, decepcionado y dolido la dijo:
-Hoy casi sentí que te amaba. Gracias por hacerme volver a la realidad. Te llevaré ante el Capitán. Él decidirá qué hacer contigo.
Silandra agachó la cabeza mientras convulsionaba en lágrimas amargas. Thingol la miraba. Sus lágrimas, aunque le confundían, ya no la creía. Recogió el libro, que lo metió previamente en aquella extraña caja y seguidamente, la sostuvo del brazo para que camine y salieran de casa.”
Si hay algo que no soportaba Thingol era la traición y la burla de sus sentimientos. Fue cuando empezó a pensar que Silandra fingió sentir algo por él para ocultar lo que hizo. La interrogaron delante de él y esta tuvo que decir toda la verdad, excepto los tratos que tenía con Thingol, no era necesario hacerle más daño y avergonzarlo delante de Annor’Othar. Su relación con él era secreta. Se tomó la decisión de arrestarla en su domicilio y que Thingol fuera su carcelero. No protestó. Tenía mucho que preguntar a la manipuladora de Gar’lathan y sólo conseguiría esa información a solas.