Capítulo 3: Intenciones buenas. Estúpidas decisiones
La novia salía de su casa al fin. La hora se estaba acercando. Nerah, la criada, iba colocando bien la cola del vestido en el suelo. Silandra avanzaba despacio dejando una estela de bordados dorados salpicada de pedrería, sin ser excesivamente cargado. Tenía un escote elegante, escueto, no demasiado atrevido. Unas tiras bordadas descansaban en los hombros desnudos de la elfa. La luz del día reflejaba su rostro y en aquel precioso vestido que realzaba su belleza. Hoy quería estar hermosa para su futuro esposo, la más hermosa de todas las mujeres de Quel’thalas. Algunos ciudadanos y amigos nocheterna que estaban de paso en el Intercambio Real se paraban a admirar a la novia y murmuraban entre ellos. En especial las mujeres que juzgaban con buenos ojos el vestido de la Magistrix. No suelen haber demasiadas bodas en Quel’thalas y siempre que había alguna, era todo un acontecimiento en la ciudad.
Su padrino de bodas, Laethâs, estaba fuera esperándola con su habitual semblante sereno, pero la mar de elegante, junto a un carruaje nupcial con dos zancudos de plumajes exóticos que tiraban de él con una armadura a juego con la decoración del vehículo. Iba vestido con un traje de chaqueta de tres cuartos de color gris perla compuesto de tejido mágico, al tacto era de una seda exquisita. Un chaleco de color marfil con bordados suaves refinados. La camisa era blanca, hacía un contraste bonito. Llevaba su habitual coleta rubia, pero se veía más peinado que otras veces.
Cuando al fin vio a la novia, permitió que una sonrisa esbozase su rostro y abriera la portezuela del carro.
—Me da a mí que cierto Errante va a necesitar una silla en cuanto la vea, Magistrix. —Dijo con un tono de familiaridad a la mujer
Una enorme sonrisa feliz respondía a sus palabras de admiración, miró con aprecio a Laethâs. No reparó en echarle una miradita de arriba abajo viendo lo distinto que se ve sin armadura.
—Usted tampoco está nada mal. Qué elegante, Oficial Hojargéntea. —respondió jocosa y con una aprobación en su rostro. Dio un suspiro y le miró a los ojos con gesto sincero. —Gracias.
Y ese gracias, era más o significaba más que sólo ayudarla a subir. Él fue testigo del amor que se tenían y un amigo leal a Thingol.
El Errante volvió a obsequiarla con una sonrisa y extendió su mano para que la novia se apoyase en él y la ayudase a subir. Notó que aquella mano estaba helada y precisamente no hacía frío. Hacía una temperatura excelente y el sol de mediodía brillaba despejado y sin ninguna nube en el cielo.
— ¿Nerviosa? —Preguntó jocoso, al tiempo que ayudaba a recoger esa elegante cola del vestido a la novia y cerraba la portezuela una vez ella estuviera acomodada, dispuesto a subir a su lado desde el otro extremo del carruaje.
Sí. —sonrió a Laethâs y se notaba esos nervios. Su primera boda oficial sin secretos, sin engaños, sin mentiras. Una boda de verdad, con carruaje, vestido de novia y el lugar perfecto: La playa Brisazur. —Claro que estoy nerviosa.
Laethâs se rio ligeramente, subiendo entonces al asiento.
—Bueno, no es de extrañar, en los zapatos de cualquiera de los dos, yo lo estaría. Y eso que nos hemos ido hasta la boca del lobo y hemos vuelto enteros. —Laethâs dio dos suaves golpes al techo para avisar al cochero que estaban listos y éste azuzó a los zancudos, que empezaron a tirar vigorosamente del carruaje a buen ritmo, emprendiendo la marcha. —Pero créeme si te digo, que no se me ocurre una mejor elección de compañero que él.
Silandra bajó la mirada hacia el precioso ramo que tenía en sus manos. Su rostro reflejaba la dicha. Pero los recuerdos volvieron a su memoria una vez más, atrás en el tiempo.
La Magistrix y el Errante volvían a casa para cumplir con la sentencia. El Capitán debía hablar con sus superiores para poder hacerles un informe de la declaración de la agente. Cuáles eran sus verdaderas intenciones con el grimorio: El poder que contenía no se fiaba de que estuviera en manos del Relicario, era complejo de explicar. Ella creyó que podría ser mejor guardiana que entregarlo y ponerlo en el inventario de la excavación. Por otro lado, como Examinadora y escudriñadora de las magias más complejas, en especial la magia vil, creyó ser ella quien debía protegerlo. Utilizar su poder para poder hacer frente al enemigo: La Legión. Y desde luego, si hubiese algún ataque a la ciudad, mejorar las defensas que tuvieran las fuerzas militares de Quel’thalas. Sin embargo, le recordaron que ese mismo pensamiento tuvo el propio Rey del Sol: Kaelthas. El poder le corrompió y mancilló su misión de salvar a su pueblo.
Su decisión era egoísta y sin creer en esas consecuencias, pensando que podría controlarlo mejor que el propio Príncipe. Ella no estaba dispuesta a traicionar a su pueblo -como lo hizo él-, si no ayudarlo de verdad. Pero aún así, sus acciones fueron censuradas y en ello, entraba la posibilidad de perder su posición de Magistrix, como de Examinadora del Relicario, su carrera profesional estaba en peligro, aunque el Capitán no tenía esa jurisdicción para sentenciar tal veredicto. Debía exponer el caso al Magisterio, y a Aguja del Sol.
Fue entonces cuando Silandra se dio cuenta de la gravedad de sus actos. Se puso en lo peor, ¿perderlo todo? ya había perdido a Thingol, fue la mejor decisión ¿implicarlo en su trasgresión? ¿hacerlo cómplice? No. No se lo merecía. Era ella y sólo ella quien debía llevar el peso de sus decisiones. Pero cuánto dolía perderlo. Cuánto dolía esos ojos de decepción y resentimiento. Lo había perdido… y es entonces cuando comprendió las típicas palabras de «nunca valoras lo que tienes, hasta que lo pierdes.»
Sí. Lo amaba. Se había enamorado sin darse cuenta de él y eso dolía más. La llevó a su cuarto, y él prefirió volver al suyo.
No durmió en toda la noche. Echada en posición fetal de espaldas a la puerta. Thingol tampoco pegó ojo y al día siguiente, Cuando fue a verla a su alcoba para al menos anunciarla que debía comer algo, no recibió respuesta de ella, ni siquiera una negativa. Nada. Se exasperó por ese frío silencio.
— Podemos hacerlo a tu manera o podemos intentar que este castigo, que lo es para ambos, pase de la manera menos incomoda hasta que esto termine y cada uno pueda continuar su rumbo.
—Yo no quería que fueras mi carcelero. Puedes ignorarme y no ser tan castigo para ti quedarte en esta casa. —murmuró vacía, apagada, con la mirada perdida en el mismo punto que miraba durante horas. Tenía los ojos embotados, irritados, ya no podía derramar ni una sola lágrima más. Había pasado toda la noche llorando.
— Si, puedo hacerlo, y te aseguro que en estos momentos no me sería difícil. Pero como tu carcelero, mi tarea es mantenerte con vida. — dijo con sequedad, contrayendo los músculos de la mandíbula. —Así que puedes responder si comerás aquí o en el jardín.
—Sólo quiero que pase este tormento y te vayas de aquí.— murmuró con la voz quebradiza, conteniendo el nudo en la garganta.
Thingol resopló, ya no podía contener más la ira que sentía. Estaba en el umbral de la habitación de la Magistrix, pero entró y pegó tal portazo que hasta los clavos se removían. Silandra se sobresaltó, pero no hizo amago de moverse de donde estaba.
—Te diré algo. — la apuntó con el dedo índice. — estás en esa cama, creyendo que eres la única que has sido herida. Me dejaste bien claro que todo lo que me dijiste fue mentira. A pesar de que te advertí de lo que pasaba, me hiciste creer que eras inocente. Si quieres te ignoro, pero deja de hacer como si fueras tú la víctima en todo esto.
—Puedo contarte otra mentira. —murmuró con el mismo tono de voz carente de emoción, vacía y distante.
—Si crees que eso te hará bien… —dijo con sarcasmo.
—Te dije que te quería.
—Ya me dijiste antes que era mentira. — espetó dolido. Dio un suspiro.
—No.
—Si, sí lo dijiste y bien claro, Silandra. —se dio la vuelta hacia la puerta, no quería seguir escuchando los delirios de la Magistrix tan afilados como agujas.
—Hablaba de todo cuanto te había contado… sobre lo que tenía en casa. De mentirte sobre mi inocencia.
—Imagino que debe haber sido fácil cuando notaste que yo podría hacer todo para intentar ayudarte.
—Lo hice para protegerte, porque sabía que lo harías. —cerró los ojos y sintió como si tuviera tierra dentro de los párpados, irritados de apenas parpadear y tener la mirada fija en ese punto vacío.
—No te pedí protección, te pedí la verdad Silandra, la puta verdad. Simplemente porque creí que todo el resto era cierto —levantó ligeramente la voz. Dispuesto a irse, abrió la puerta para salir de ahí.
—Pues cree que todo cuanto nos dijimos es mentira. —se le quebraba nuevamente la voz. El errante se detuvo, de espaldas a la elfa. —Será más fácil para los dos para cuando salgas de esta casa y no nos volvamos a ver nunca más. Por eso quiero que todo esto termine. Quiero que te marches de mi vida. —Silandra rompió a llorar y giró el rostro hacia la almohada.
— ¿Todo lo que dijimos? No, Silandra, lo que dije no es algo que se dice ni se siente a la ligera. Pero si tanto te apremia que desaparezca, enviaré una carta al capitán renunciando a mis servicios. —El Errante apretaba el pomo de la puerta.
—Yo tampoco lo dije a la ligera. —dijo entre lágrimas amargas— pero prefiero que lo creas, prefiero que creas que te mentí en todo, será menos doloroso para los dos.
Thingol bajó la cabeza al escucharla. Esas palabras eran como dagas clavadas en el pecho haciendo que todo sea más difícil. Y como una explosión, su grito lleno de rabia no se hacía esperar.
—¡TE DIJE QUE ESTÁBAMOS JUNTOS EN ESTO! —La miró con los ojos vidriosos.— ¡Te pedí que confiaras en mí! ¡Yo solo quería que nada pudiera romper esto que teníamos! —tragó saliva queriendo hacer bajar el nudo de la garganta.
—No iba a corromper tu vida. —sollozó— No quería. Tú… no te mereces que … cargues con mis errores.
—¿Y que es amar a otra persona si no aceptarla y tomar un camino juntos intentando no repetir esos errores? Todos tenemos culpas que nos devoran. Tú misma has dicho que desde hace unas semanas no volviste a mirar ese libro. —dijo contrariado.
—Porque te conocí. —respondió a lo que ella misma dijo y explicó en el interrogatorio. Era cierto, hacía semanas que no volvió a hacer caso al libro, a pesar de que algunas veces el libro la llamaba, no podía acudir. Hubiera sido demasiado sospechoso que de repente desapareciese y todo eso desencadenó otros daños colaterales.— Sin darme cuenta… te estabas metiendo en mi vida… en mis propósitos y creí… creí que merecía la pena intentarlo. Pero ahora nada importa.
Thingol la miraba y su rabia volvió a mezclarse con todo un vendaval de emociones, un fuego que lo consumía por dentro.
—¿Y por qué he de creer que es cierto lo que dices? -siseó en tono bajo y cargado de resentimiento.
—De hacerlo, arruinarías tu vida. -respondió vacía, tras un enorme suspiro de congoja y dolor.
El Errante suspiró profundamente.
—Imagino que tienes razón. —La miró carente de emoción.— Aunque no sé cómo podría estar más arruinada —Murmuró. Se dio la vuelta y una lágrima resbaló por su pómulo y sin alterar su voz inherente dijo.— Iré a ordenar que te suban el desayuno.
Silandra, antes de que se marchase y cerrase la puerta, rota de dolor tras haber tomado una decisión, desosegada y sin querer vivir, en un hilo de voz, apenas siendo un susurro, dijo:
—Shorel’aran… Mel’anin*… (Adiós, amor mío)
Thingol salió de la habitación cerrando la puerta, no logró alejarse ni un paso de ella al haber escuchado algo que no estaba seguro, pero que, desde luego, se le encogió el corazón. Agarró el pomo de la puerta de nuevo. Negó mientras sus ojos no lograban contener más sus emociones de rabia y tristeza.
Silandra escuchó que el Errante al fin bajaba por esas escaleras y su determinación era cada vez más firme. Se levantó despacio de la cama para llegar al tocador, arrastrando los pies como un alma en pena. Abrió el primer cajón y en él se hallaba un abrecartas. Al cogerlo, miró el filo y después a ese espejo que reflejaba una mujer destrozada y rota, que en otra vida era una Sin’dorei orgullosa. ¿Qué orgullo podía haber ahora cuando lo ha perdido todo? Su esposo, su hija, su prestigiosa carrera, y ahora… a Thingol. La decisión estaba tomada y creía firmemente que era lo mejor, acabar con todo, acabar con el dolor. Cerró la puerta con pestillo para no ser molestada. Fue al cuarto de baño y abrió los grifos. El agua caliente ablandaría más la carne. Se desnudó y entró en la bañera mientras el agua iba cubriendo su cuerpo. No dudó en hacer lo que iba a hacer y cuanto más rápido, mejor. Hundió el afilado filo en el brazo y rasgó la carne, temblando. Dolía, pero el dolor físico era más soportable que el emocional.
Thingol subió por las escaleras lentamente con la bandeja de desayuno. Dio un enorme suspiro para poder coger fuerzas mientras miraba la puerta de la alcoba de la Magistrix. Sabía que iba a continuar la cadena de reproches, pero eso no significaba que la dejase morir de hambre. Cuando fue a abrir el pomo se encontró que la puerta estaba cerrada. Golpeó tres veces la puerta.
—Silandra.
Escuchó el agua caer y sólo entonces logró comprender las palabras que la habían llegado con un simple susurro. Un terrible mal presentimiento le invadió y cobraba más fuerza cuando la elfa no respondía. Volvió a golpear más fuerte.
—¡Silandra, abre esta puerta ahora mismo!
Pero al esperar que no volvería a responder la mujer, no se lo pensó ni un segundo más. Tomó impulso y quizás habría sido la rabia o tal vez la alarma urgente que sentía en ese momento, pero las bisagras las destrozó y echó la puerta abajo. La imagen que vio al llegar raudo al cuarto de baño, la elfa desangrándose, el agua teñida de su sangre, desnuda, lívida y débil fue el detonante para sacarla de ahí cuanto antes.
—Por favor… ¡No! —suplicó Silandra entre lágrimas, compungida y destruida.
La cogió en brazos como si fuese un muñeco de trapo sin fuerzas de revolverse, dejando un reguero de agua en el suelo, para llevarla corriendo a la cama, rasgó la sábana e hizo un torniquete para contener la hemorragia.
Thingol no quiso escucharla, ni le importaba. Ni el agua ni la sangre era algo que le hiciera mirar atrás. Verla así de expuesta, herida, era un recuerdo que se abría y revivía una vez más. Una pesadilla que se repetía ante él.
—¡No, no! —rogaba él para que le dejara detener el sangrado. El torniquete hizo efecto y aunque estaba débil, aún estaba viva y eso era todo cuanto importaba. La tensión no le había dejado pensar en nada más que no sea parar la hemorragia y al haberlo logrado, todo lo vivido en aquellos últimos días le hacen perder la fuerza de voluntad que le quedaba y el orgullo desapareció dejando paso a todas esas emociones contenidas.— No quiero perderte, Silandra, no así. Hay cosas que pueden sanarse, pero si mueres nunca sabremos si somos verdaderamente inteligentes para perdonar. —Lloró arrodillado en la cama, a su lado.
Silandra se giró para llorar en una de las rodillas más cercanas de Thingol, escondiendo su rostro y aferrando la ropa del pantalón. Él trató de consolarla, acariciando su cabeza mientras sus lágrimas rodaban sobre el pelo rojo de la elfa.
—Por favor, prométeme que nunca más intentarás hacer algo parecido.
—No quiero la vida sin ti…— respondió con la voz desgarrada y ahogada, sin levantar cabeza.— No quiero nada…
—Entonces… -Suspiró manteniendo una voz más firme— …comienza por ganar mi confianza una vez más. Siento un torbellino de emociones que me está devastando por dentro, Silandra. —la pidió en ruego, dándola una oportunidad.— …si te digo esto, es porque sé que no quiero, después de estos días, prescindir de ti, pero no puedo confiarle mi alma a alguien en quien no logre confiar. Eres la primera persona a la que le doy una oportunidad. Y si lo hago es por lo que siento por ti.
Siguió acariciando la cabeza de su pelirroja, que se negaba a levantarla. Despojada de cualquier orgullo o dignidad, suplicando su perdón en esa postura.
—Lo hice por ti… te mentí por ti… porque te amo… —en ese momento, le costaba respirar de tanta congoja, su cuerpo amenazaba con sufrir un ataque de ansiedad. Pero Thingol hizo gala de su templanza y de ocuparse de ella. La abrazó por largo rato, tratando de calmarla y que respirase al mismo son que él. Ambos no sabían por cuánto tiempo permanecieron abrazados, un suspiro o quizás horas. Un abrazo en el que ambos aprendieron a relajarse, hasta que Thingol rompió el silencio.
—Debes descansar ahora, hablaremos después, pero antes voy a buscar hilo y aguja y algún ungüento para coser ese desastre que has hecho. —Intentaba bromear de lo sucedido, eso era mejor que seguir revolcándose ambos en la angustia.— Por cierto, no eres muy buena como suicida. En eso nos parecemos.
La elfa intentó sonreír, aunque fracasando en ello. Thingol la besó en la frente y fue como un bálsamo que necesitaba sentir. La acostó mejor en la cama y él bajó. Pero antes, se agachó para mirarla el rostro y dando las últimas caricias a su cabeza, la imploró susurrando.
—Prométeme que no harás esto nunca más, por favor.
Silandra, después de quedarse mirando unos segundos sus ojos y verle el rostro atormentado por lo que hizo, asintió despacio.
—Lo prometo. —susurró.
*(Mel’anin no está registrado en el Lore, pero es una palabra élfica de Tolkien que me pareció bien en ponerlo como algo personal.)
—¿Silandra? —Laethâs interrumpió sus pensamientos y esta la devolvió una sonrisa tranquilizadora. – ¿Acaso te estás arrepintiendo? —bromeó, pero sabía que en el rostro de la novia no albergaba ninguna duda.
—Claro que no. Y lo sé. Se que no habría mejor compañero que él, por eso le engañé para que se casara conmigo.
Ambos se rieron y Laethâs mostró una sonrisa torva después.
—Ah, ya veo, la astuta Magistrix extiende su telaraña. -Se rio nuevamente, sacudiendo la cabeza. —Bromas aparte, créeme cuando te digo que os merecéis esto. —Dijo al tiempo que iban cruzando a través de uno de los pequeños enclaves entre la ciudad y la playa. Ya podría empezar a verse a lo lejos el mar.
Silandra dio un suspiro. Sus manos seguían heladas y el hormigueo en el estómago se mantuvo desde que salió de su casa. El carromato iba progresivamente acelerando dada la cuesta abajo hacia la playa Brisazur desde la colina. Pronto, los árboles iban quedando atrás, mientras el cochero tiraba de las riendas de los zancudos para hacer que frenasen el ritmo.
—Respira hondo, todo irá bien. Vamos, literalmente no he conocido pareja más perfecta que vosotros dos, y las he visto más inverosímiles en sus inicios, créeme. —Dijo Laethâs.— Y te prometo que esto no es parte de mi discurso de padrino.
—Más te vale, estoy a punto de emocionarme. —rio un poco, ya notando que sus ojos iban a traicionarla y buscaba el modo de mantener a raya esos lagrimales. No quería que se estropeara el maquillaje.
—Créeme, si lo tuviera escrito en el discurso parecería un constructo gnomo hablando. —Contestó con diversión, al tiempo que entonces avisaba al cochero que se detenga. Habían llegado a la playa. Se bajó del carruaje y abrió la puerta, ofreciendo la mano a la novia para que bajase. —Muy bien, vamos allá. Tu marido espera.
Recogió la mano de Laethâs sonriente y bajó con cuidado del carruaje. La dio un vuelco en el estómago ante la frase de «Tu marido te espera». Marido. «Vamos a ser marido y mujer» se decía para mentalizarse y creérselo de verdad. La brisa marina llenaba los pulmones de Silandra tras una enorme bocanada de aire y calmar ese manojo de nervios que se empeñaban en sitiar y cerrar su estómago, declarar la república independiente para no probar bocado en días.
En la distancia veía la decoración de la íntima boda. Los invitados ya estaban en su lugar y Thingol esperándola en el altar.