El aire parecía asfixiarle, ¿podría ser que su sirviente fuera el culpable? al suicidarse de esa forma, tales sospechas parecían confirmar esa pregunta, pero era todo tan inconcedible que sintió nuevamente esa presión en el pecho. No podía entrar en la celda junto a su amigo. Terminó sentándose en el suelo con las manos en la cabeza, abatido. Ethoras entró en la celda al ver a Denoroth tan afectado, para ayudar a descolgar el cuerpo junto al carcelero. Dos Caballeros de sangre trajeron una camilla y así, con una sábana, tapar el cadáver. Ethoras investigó cómo había podido ahorcarse, y todo parecía indicar que la altura del camastro le ayudó a poder maniobrar su plan de suicidio.
Repasó con cuidado el somier y el colchón sucio y maltratado. Encontró los papeles desperdigados que le habían proporcionado para que pudiera responder a todas sus preguntas y a cambio, halló un mensaje. Oyó por el pasillo como el Maestro Sol Sangrante dictaminaba órdenes a los Caballeros que retiraban el cuerpo. Tenía pocos segundos para esconder los papeles bajo su cota de mallas, pero antes de entrar el Maestro, tuvo unas palabras con Denoroth.
-Lamento lo ocurrido.
El guerrero se levantó y asintió, reprimiendo sus emociones.
-Imagino que el caso ha sido resuelto. El sujeto se suicidó y dadas las circunstancias, todo parece indicar que ante su presencia, no parecía soportar más la culpa. Como bien dije, había sido abierto el caso demasiado tiempo. Él mismo había reconocido su crimen cuando los Errantes lo encontraron.
Denoroth, cansado de su arrogancia y poco tacto iba a protestar, pero Ethoras intervino a tiempo.
-Maestro.
Las miradas de tanto el Maestro como el forestal se cruzaron. No obvió Sol Sangrante por qué llamó su atención.
-El caso es de Los Errantes. No de los Caballeros de Sangre. -añadió, con autoridad.
-Y los Caballeros de Sangre exigen que se les informe de este caso tan especial. Estamos muy interesados y no por ello se nos exime del caso. -respondió mirándole frente a frente.- Como criminal, y viendo que él mismo se ha sentenciado, lo mejor es quemar el cuerpo y que tanto su nombre como el apellido de su casta, sea borrado.
El Maestro miró a Denoroth tras esa sentencia, esperando que lo apruebe. Sin embargo, el elfo se hallaba con la mirada baja al suelo, tomándose un momento antes de responder. Finalmente, alzó la mirada y respondió a la espera de Sol Sangrante.
-Incineraremos su cuerpo, sí. Pero de sus cenizas me ocuparé dónde depositarlas.
-¿Estás seguro de eso, Denoroth? -preguntó algo preocupado Ethoras.
-Sí. -respondió en un leve suspiro mirando a su amigo, recomponiéndose.
El forestal asintió y esperó que el Maestro respetara la decisión de su amigo. Él no tenía nada que añadir, asintió también.
-Que así sea.
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El cielo seguía encapotado con esas nubes que no parecían querer marcharse nunca. Sin embargo, no llovía y había una bruma que cubría el Bosque de Canción Eterna. Denoroth sostenía la urna con las cenizas de Mendoreth. La miraba largamente. Debía decir unas palabras, tal vez era el momento de hacerlo, pero ¿cómo hablar de todo cuanto fue cuando su corazón estaba cargado de resentimiento? ¿Cómo tener unas palabras de hermosos recuerdos de cuando era aún un niño y recordar momentos junto a su siervo, cuando las imágenes más frescas en su mente era la devastación de su casa y la pérdida de su familia? ¿Qué esperanza podía darle a alguien que se quitó la vida, que creyó confiar, que hubiera dado su brazo diestro por él confiando en que él no había asesinado a su mujer e hijos? ¿Se había equivocado con Mendoreth? ¿Él era el asesino?
Una mano amiga se posó en el hombro del elfo sacándole de sus pensamientos más profundos.
-¿Donde depositarás sus cenizas? -preguntó Ethoras.
Denoroth dio un largo suspiro, volviendo a mirar la urna.
-No sé qué hacer, Ethoras. Todo esto me está consumiendo. Si fuera el hombre que creía ser Mendoreth… hubiera llevado sus cenizas junto a su linaje. Junto los restos de su mujer, donde descansen en paz. Por otro lado, creo que debería ir hacia el mar y dejar que el viento se lleve sus restos donde no haya ninguna tumba con el que llorarle, ni quede nada para recordarle.
-Antes de que tomes esa decisión… -Ethoras sacó bajo la cota de mallas, un papel mal doblado del que le era familiar Denoroth. Se lo dio en mano- Estuvo cerca de que Sol Sangrante me descubriese. No he tenido tiempo a leerlo, pero no era las respuestas a las preguntas que le hicimos, si no un mensaje y parece que va dirigido a ti.
Denoroth no tardó en desdoblar esa hoja para poder leer el contenido con ansiedad.
«No lea esta carta en voz alta.»
Se extrañó, ¿por qué no querría que hiciera tal cosa? Lo respetó a pesar de hacer una mueca de profundo resentimiento antes de seguir leyendo.
«Querido Señor:
Cuando encuentre esta nota, espero poder reunirme con los míos en el reino de los muertos. Os he esperado durante todos estos años para poder guardar el secreto como fiel siervo de su casa. He cometido muchos errores protegiendo secretos de los Annor’Othar, pero no deseo guardar más secretos antes de morir. Todo lo que le contaré ahora, será lo que no recordaba.
El tiempo en el que estuve preso, pude meditar en su dinastía, en la espada ancestral que orgullosamente portan todos los Annor’Othar y lo que le sucedió a su hijo hace años. Al principio llegué a pensar que lo que su hijo vio en el reflejo de su espada, no eran más que imaginaciones. Lo que le dije en ese momento sobre la mezcla de sangre, debo confesar que más bien, era lo que podría haberle dicho su padre. Nadie esperaba que usted, o cualquiera de su linaje, se mezclara con la de los humanos desde que llegamos a conocerlos hace casi tres mil años y siguiera su linaje como siempre ha perdurado, con los de su pueblo. Pero le vi por primera vez desde que nació, feliz con su decisión, feliz con su mujer humana e hijos mestizos. Por eso yo decidí seguir sirviéndole y no juzgar su decisión, pues siempre quise su felicidad.
No era una leyenda lo que le dijo su padre. Todas las esencias de quienes empuñaron esa espada que porta, están vivas en su interior, ¡no la toque! puede llegar a poseer al portador, por eso el primero de su linaje, el primer Annor, Finwë Annor, un poderoso mago Altonato, forjó una espada especial con un hechizo ancestral en las estancias de la Reina Azshara, en Zin-Ashari, para asegurar que su linaje cumpliría con su voluntad. De ahí que tengan tan arraigada ciertas tradiciones. Usted es la prueba viviente qué ocurre cuando no se respeta la tradición de su casta.
¡Busque el modo de destruirla! ¡deshágase de ella! No la entierre o aparte, si no, siempre le llamará, siempre le reclamará, la magia que encierra su sangre hacia esa espada jamás podrá deshacerse, pero al menos, sí podrá mutilarla. Ninguna esencia más comprometerá su descendencia ni a usted.
Hágalo y podrá vengar tanto mal que le ha causado.
Selama Ashal’anore«