Hace 32 años
Era una tarde soleada y tranquila en el Bosque de Canción Eterna. El arrullo de la charca de plácido susurro, invitaba a la arcanista relajarse en la mullida hierba y a reposar bajo la sombra de la copa de un árbol frondoso, de hojas doradas y de tronco grueso, cuyas raíces casi llegaban a tocar la orilla. Se había preparado un par de emparedados mágicos que llevaba en una pequeña cesta, con una botella de agua de manantial. No deseaba estudiar en la ciudad, que aunque había lugares donde encontrar el silencio, como en una biblioteca, quería poder respirar el aire del bosque y escuchar de fondo el suave canto de los pájaros. El libro trataba de la interpretación de los sueños, le resultaba interesante conocer la adivinación y las premoniciones; por eso, la soledad era la mejor compañía.
Mientras estaba sumida a la lectura, escuchó a alguien menudo correr. Levantó unos segundos la vista del libro y miró la charca, ese sonido procedía del otro lado del árbol. Pensando que podría ser algún tierno, negó con la cabeza y volvió a su lectura. Pero de pronto, escuchó unos sollozos, aquello la inquietó, cerró el libro y se levantó. Se asomó con prudencia y vio a un niño llorando, abrazado a las rodillas y hundiendo el rostro entre ellas. La elfa, se le encogió el corazón y se acercó a él.
-¿Qué te ha pasado, pequeño?
El crío se sobresaltó, levantó los ojos hacia la elfa, arrasados en lágrimas. Eran unos ojos azules asustados. La arcanista se dio cuenta de que no era un elfo, si no un mestizo. No se sorprendió, no era la primera vez que veía un mestizo, pues sus estudios de magia los había proseguido durante un tiempo en Dalaran. Se puso de rodillas para estar frente a él.
-No tengas miedo, no voy a hacerte daño. -dijo la arcanista, en tono calmado.
No pareció que tuviera intención de hablar, pero al menos sabía de que la idea de huir había cesado. Ella se mordió un poco el labio al ver que no respondía.
-¿Cómo te llamas? -preguntó animosa para encomiarle. Seguía en silencio, pero la miraba con esos ojos inocentes y retraídos. La elfa dio un leve suspiro y se presentó ella:- Yo me llamo Presea. -de pronto se le ocurrió que tal vez no entendía el niño thalassiano- ¿Puedes entenderme?
El niño asintió lentamente, sin dejar de mirarla y sin pestañear.
-¡Vaya! Ya había pensado que tenía que hablar en común. -se rió melódica.- ¿No vas a decirme cómo te llamas? -su mirada se tornó dulce.
-Lexioren… -respondió murmurando, tímido.
-¡Lexioren! -sonrió ampliamente, dichosa, cuando por fin la habló- es un nombre muy bonito.
-El tuyo también… -murmuró cohibido, con una mirada huidiza y aún desconfiado. De pronto, se entristeció.
Eh.. -se conmovió preocupada, queriendo poner la mano en su mejilla, pero este la retiró e hizo una mueca, cerrando fuerte los ojos, creyendo que le iba a agredir.- No voy a pegarte. Jamás te haría daño…
-¿No me odias por ser lo que soy…? -murmuró con la mirada baja, hacia un lado, tras haberse apartado de la mano de la elfa.- todos lo hacen…
Su corazón volvió a encogerse. Negó lentamente con la cabeza.
-No tengo motivos para odiarte. ¿Qué eres para que te odie? ¿Un…. -se hizo la pensativa, queriendo arrancarle una sonrisa- … múrloc?
Lexioren negó con la cabeza, no quería sonreír, pero se le estaba escapando.
-¡Ah! Pues, si no eres un múrloc, entonces eres un gnoll. -siguió bromeando. Pero el niño puso cara confusa.
-¿Qué es un gnoll? -preguntó, frunciendo el cejo.
-¡Uy! Son seres muy, muy feos. Con una cara así. -puso las manos en las mejillas y las tiró hacia abajo, sacando la mandíbula hacia afuera y casi poniendo los ojos en blanco. Lexioren al verla así, rió por la nariz, con toda la inocencia de un niño. Presea rió con él, mirándole con ternura.- Qué bonita risa tienes.
La miró tímido, pero más confiado.
-¿Sabes lo que eres? -volvió a hacerse la interesante, haciendo un gesto meditabundo, mesándose la barbilla.
El niño se entristeció.
-¿Un mestizo…?
La elfa se apenó. Negó con la cabeza a su vez.
-No. No eres eso.
-Si lo soy -se puso de pie- mírame.
-Yo veo a un niño.
-¿Un niño mestizo?
-Un niño. -concluyó, estando ella aún de rodillas, aunque se irguió un poco.
-Pero soy diferente, ¡mírame!
Presea dio un profundo suspiro por su insistencia, apenada. Intuía que habría sufrido marginación y rechazo. Se le ocurrió algo, así que hizo una mueca poco convencida, torciendo el labio.
-Veamos qué tienes de diferente. ¿Qué tienes aquí? -señaló un lugar en concreto de su cara. Lexioren se tocó la nariz.
-Una nariz.
-Yo también tengo una, ¿ves? -se señaló esta.- ¿y qué tienes aquí? -acercó las manos para tocarle las orejas. Dio un ligero sobresalto, pero cuando notó que no la hacía daño, se dejó.
-Mis orejas son distintas a las tuyas. -alegó contristado.
-¿En serio? -dijo Presea, fingiendo asombro- ¿Por qué me oyes entonces? Si son distintas, entonces no podrías oírme.
Por un momento, el niño quedó sin saber que decir, como si eso tuviera sentido.
-No somos tan distintos… -le dijo un poco más seria, dejando de jugar. Quiso coger la mano de Lexioren, se dejó y unió ambas manos, palma con palma, aunque la de él era más menuda que los lánguidos dedos de la elfa.
El niño miraba las manos unidas, entristecido y sin comprenderlo bien.
-Entonces, si no somos tan distintos, ¿por qué los demás me odian?
Presea se condolió por la forma en cómo se convencía el pequeño de que era un objeto de rechazo y que debía ser odiado, pues sabía que muchos elfos eran muy estrictos por las mezclas de sangre, cerrados de mente. Y que ese mismo pensamiento, se lo habrían transmitido a sus hijos. Bien sabía cuán crueles podrían ser los niños al respecto, y si sus padres los amparaban, aún peor.
-Por que están ciegos, Lex. -respondió.- Y cuando no ven, temen y odian lo que no entienden.
-¿Ciegos? -frunció el cejo- Ellos me ven, no están ciegos.
-No con esos ojos. -sonrió levemente- Si no con estos. -puso la mano en el pequeño pecho.
Lexioren bajó la mirada al comprender y Presea le atrajo hacia a sí para abrazarlo con ternura. Al principio, el niño no respondió el abrazo, se sentía abrumado, un enorme vuelco le dio, perplejo de que una Elfa Noble, le aceptase de esa forma. En sus brazos, se sentía cómodo, protegido, tanto que le quebraba. Lloró en el hombro de la elfa, mientras ella, la arrullaba en sus brazos, consolándolo.
Desde aquel momento, una estrecha relación se forjó entre ambos, convirtiéndose así en la hermana mayor del pequeño Lex que nunca tuvo.