Concurso de Relatos

[Aprobado] Azalar

Nombre: Azalar

Edad: 233

Historia:

Eco Mucho tiempo había pasado ya desde los sucesos que ocurrieron durante el Cataclismo, pero en Infralar todo parecía igual. La Tierra es un elemento paciente; espera, pero está ahí, vigilando eternamente. Lo más vertiginoso de este lugar eran las geodas orbitales que danzaban por el aire, dejando estelas luminosas de vivos colores a su paso. Todo lo demás era lento. Demasiado lento. Incluso los gigantes de Therazane lo eran. Caminaban con demora alrededor del Templo de la Tierra, salvaguardando el lugar. Allí, los chamanes del Anillo de la Tierra seguían trabajando para reparar el Pilar del Mundo. Como todo aquí, era también un proceso lento.

Me encontraba lejos de allí, fuera del alcance de la vista de los gigantes. A pesar de que sabía que en Infralar toda la tierra estaba en sintonía, eran conscientes en todo momento de todo lo que allí había y ocurría. Sin embargo, seguí mi camino. Los colosales pilares de rocas magnética se alzaban majestuosos en el paisaje, a veces repeliéndose para luego juntarse, cíclicamente. Este era el destino del Martillo Crepuscular: podemos caer, pero después nos volvemos a organizar. Esto no parecía ser cierto aquí, donde todo transcurre tan lento que el fin de los días parece no llegar nunca. Cho’gall había muerto hace años y los que quedábamos del Martillo Crepuscular nos habíamos dispersado. Aunque el maestro hubiera muerto, su legado seguía vivo.

Me ceñí bien mi arma al cinturón, asegurándome de que estaba bien sujeta. No podía permitirme perderla… Cómo conseguí el Martillo Crepuscular (o lo que quedaba de él) de Cho’gall es otra historia.

Me adentré en el abandonado y arrasado campamento crepuscular donde una vez seguí y serví a la Suma Sacerdotisa Lorthuna. No sabía muy bien qué era lo que tenía que encontrar, pero si lo encontraba lo reconocería. Entre los escombros y estructuras de metal retorcido, las tiendas de lona púrpura ocultaban secretos. Rebuscando un poco, encontré pergaminos, criptografías, libros, calaveras, cadenas, más pergaminos, un libro de oraciones y más calaveras. Examiné con especial cuidado los pergaminos y libros, esperando descubrir lo que quería descubrir, pero sin éxito. De cualquier forma, me llevé conmigo el libro de oraciones.

Camino a la gran estructura en ruinas donde se refugiaba Lorthuna iba hojeando el libro de rezos. ‘Nada interesante,’ dije. Muchas de las oraciones apelaban a la Hora del Crepúsculo, momento en el cual los Dioses Antiguos se alzarían para retomar el mundo para ellos. Aunque la idea era muy atractiva, los del Martillo Crepuscular se centraban demasiado en acelerar su llegada. Mis ambiciones eran más sutiles.

La tienda de Lorthuna no había sufrido demasiados daños, y aún se podía acceder a ella agachándose un poco. Sorprendentemente, todavía quedaban piedras incandescentes púrpuras, que solíamos usar para iluminar las estancias de ese color lila tan peculiar. Subí por las retorcidas escaleras metálicas al segundo piso con dificultad, llevando cuidado de no caer por el desnivel. Echando un vistazo por los aposentos de la sacerdotisa encontré ropa, una miniatura de un retrato, joyas, misivas del difunto Cho’gall y, fue allí donde lo encontré. Debajo de la destrozada cama vi un pequeño estuche de cuero que contenía una pequeña gema junto con un trozo de vitela de cuero, en el que se podía leer lo siguiente, escrito en letras ornamentadas púrpuras que centelleaban al darle la luz:

Arh’hng ort’hak fthang zer’atoh vixyll’ath rralas z’ahn.

Era costumbre de los líderes del Martillo Crepuscular anotar los susurros de los Dioses Antiguos para después enseñárnoslos a los seguidores en homilía. Desafortunadamente, ninguno de nosotros realmente comprendía el lenguaje ignoto, ni siquiera los ilustres criptomantes, cuya tarea era desencriptarlos y descifrarlos, al menos parcialmente. Lo único que podíamos hacer con los textos era intentar replicarlos fonéticamente, la cual era una tarea complicada. Las razas mortales no éramos capaces de articular los sonidos ignotos. Satisfecho por haber hallado lo que venía a buscar, me volví hacia atrás para descubrir que me habían estado siguiendo. Vi una silueta oscura, oculta por estar a contraluz. Su estatura y rasgos me hicieron pensar que se trataba de un humano. No me equivoqué.

-¿Eres Azalar? -preguntó el desconocido.

-El nombre es lo de menos. -evadí.

-Exacto.

Sin darme tiempo a contestarle, el humano se abalanzó sobre mí, desenvainando dos dagas envueltas en llamas púrpuras. Por suerte, conseguí evitar el ataque.

-Fuego crepuscular… ¿quién eres? -quise saber.

-El nombre es lo de menos. -dijo, sonriendo.

-Exacto.

Intenté controlar al sujeto mentalmente, pero fui incapaz de hacerlo. ‘Si no he podido doblegar su mente, debe ser un crepuscular,’ pensé. En el Martillo Crepuscular era común que nuestros maestros subyugasen nuestra mente con frecuencia, tanto para fortalecerla como para asegurarse de que nos manteníamos fervientemente fieles. Aprovechando la oportunidad de mi fallido hechizo, el pícaro me asestó un puyazo en el costado, que provocó que cayera al suelo de rodillas, retorciéndome de dolor.

-Estás muerto. -sentenció, con voz grave y severa.

-Tú ya lo estás, -le contesté- el Martillo Crepuscular nunca logrará llevar a cabo su propósito acabando con sus iguales. Y menos acabando conmigo. Has condenado al Martillo Crepuscular al tomar esa elección.

Al parecer, conseguí disuadir momentáneamente a mi agresor. ‘Los humanos son muy manipulables… no me extraña que haya tantos en el Martillo Crepuscular,’ dije para mis adentros.

-¿Qué has dicho? -intentó sonsacarme.

-No eres nadie ante el poder de los Dioses Antiguos, matándome solo retrasas su llegada, retrasas la Hora del Crepúsculo, -le desvié- ¿Quién ha ordenado mi muerte?

-…

Se había quedado inmóvil, con lo que aproveché para sanar mis heridas. Algo no iba bien, el asesino vacilaba sobre si matarme o no.

-¿Y bien? -insistí.

-No… no puedo decírtelo… -musitó en voz baja- al menos aquí.

-Entonces vámonos de aquí.

‘Mi hechizo de dominación mental no habrá funcionado, pero sin duda, debe estar sometido a una gran presión para que hubiera podido convencerlo tan fácilmente,’ pensé. El pícaro estaba muy tenso, pero me llevó al portal titánico derruido que llevaba a Uldum, que a pesar de estar en tan mala condición, había conseguido hacer que pudiera transportar a una o dos personas como mucho. Al cruzarlo aparecimos en otro portal semiderruido y semienterrado, apoyado sobre la ladera de una montaña rocosa cubierta de fina arena que centelleaba a la luz del sol.

‘Uldum… estamos cerca de C’Thun, puedo sentirlo,’ me dije. Mi turbio acompañante seguía confuso, para mi asombro, pero parecía dispuesto a hablar. Para alguien no familiarizado con las costumbres del Martillo Crepuscular, tal comportamiento resultaría muy extraño, pero sabía de buen grado que alguien debía haber manipulado su mente antes de venir a por mí.

-¡Aghbhn, -gruñó el pícaro. Los ojos del humano se tornaron violáceos, y su cuerpo comenzó a elevarse sobre el suelo- ahn’gnfwa nal’akzoth!

Me alejé instintivamente y presencié el horrendo espectáculo. Su cuerpo explotó en una vorágine de sangre púrpura, consumido por energía crepuscular. Segundos después, las arenas comenzaron a removerse como si algo fuera a emerger de ellas. Y así fue, tres grandes tentáculos emergieron de las dunas y se llevaron los restos del que rato atrás intentó acabar con mi vida. Un soplo de viento devolvió la arena a su posición original. Nada parecía haber ocurrido allí.

Me cercioré de que todas mis pertenencias seguían en su sitio. Volví a abrir el estuche de cuero para comprobar que la inscripción seguía intacta, pero para mi sorpresa, la inscripción ya no estaba. Miré por delante y por detrás del trozo de vitela una y otra vez, con la esperanza de que volviera a aparecer el texto, pero no. Maldecí para mis adentros. Le eché un ojo a la pequeña gema que acompañaba al pergamino. Curiosamente, no era violeta, como solía ser todo en el Martillo Crepuscular, sino transparente, como un diamante. La miré a través del ardiente sol del desierto para tantear mejor su color. La piedra debería significar algo, estaba seguro de ello. La guardé junto a la vitela en el estuche otra vez. Y el viento volvió a soplar, envolviendo el horizonte en un manto de arena. No se veía nada. Ese sitio no era seguro, si alguien había venido a por mí, más como él acudirían a por mi cabeza, ¿pero por qué?

En ese momento, unas palabras que conocía resonaron en mi mente:

Arh’hng ort’hak fthang zer’atoh vixyll’ath rralas z’ahn.

‘Lorthuna murió antes de cumplir su propósito, debo averiguar qué significa ese mensaje y por qué guardaba una gema con junto al pergamino en el estuche. Pero no sé por dónde comenzar a buscar… No puedo volver a ningún grupo del Martillo Crepuscular si ahí quieren mi cabeza, no… debe haber otra opción…’ medité, ‘Quizá la opción más obvia, al igual que alocada, sería preguntarle directamente a un ente ignoto, pero… ¿cómo?’

Caminaba por la semienterrada Orsis sin prestar mucha atención. Las palabras de la vitela seguían haciendo eco en mi cabeza y me impedían concentrarme. Vagué errante por el desierto hasta llegar a la Tumba de Khartut, esperando alcanzar Tanaris, pero el sol se puso, y las estatuas Tol’vir comenzaban a proyectar su sombra sobre la arena, borrando a su paso el brillo de las gemas y ornamentos dorados de las paredes de los mausoleos. El viento había parado y hacía frío. Toda esta caminata desértica había drenado por completo mis fuerzas, por lo que decidí descansar esa noche pegado a una pared, donde el viento no me alcanzara. Deseé que no me descubriera ningún Tol’vir ni pigmeo. No sé qué sería peor, que un Tol’vir me llevara con él por profanar la santidad de la tumba o que un grupo de pigmeos robara mis pertenencias e hicieran con ellas quién sabe qué. Me costó mucho esfuerzo dormirme. Agobiado por el futuro inmediato, caí desfallecido. En sueños, solo quedaba el eco.

Arh’hng ort’hak fthang zer’atoh vixyll’ath rralas z’ahn.

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