Autor del relato: bernatllv1997@gmail.com
Nombre: Rashén
Edad: 119 años
Historia:
<<Esta vez acierta, por favor>>, suplicó Rashén para sus adentros con un ojo cerrado y el brazo tensando la cuerda del arco élfico. La decepción al ver pasar la flecha por encima del muñeco de entrenamiento al que apuntaba no fue inesperada,pues tras tantos intentos fallidos ya había anticipado la dirección del proyectil antes de dispararlo. Frustrado, Rashén lanzó el arco al suelo y se alejó sin mirar al instructor de cazadores, al que se imaginó meneando la cabeza con decepción.
Sus lentos y pesarosos pasos le llevaron a la playa que había más allá del santuario de Dath’remar. Era uno de los lugares más solitarios y bonitos de la Isla del Caminante del Sol, y Rashén solía visitarlo cuando se sentía triste, furioso o embargado por ambas emociones.
Últimamente había frecuentado mucho la pequeña playa. Tras el cataclismo y la derrota de Alamuerte, Rashén había decidido que ya estaba bien de esperar encerrado en su casa de Lunargenta a que otros lucharan por su pueblo. A sus ciento diecinueve años, después de tanto tiempo alejado de actividades militares, ya era hora de implicarse en la defensa de los Sin’dorei y de la Horda. Quería aprender a pelear, del modo que fuera. Con aquella motivación se había presentado ante los instructores de la Isla del Caminate del Sol, pero su firme determinación se había ido quebrando a medida que avanzaba su entrenamiento: se había revelado como un inútil en el manejo de todo tipo de armas, desde espadas hasta arcos. La luz de la que le habían hablado los instructores de sacerdotes y paladines sí que la había sentido a su alrededor, pero no había logrado controlarla para imbuir sus armas de poder sagrado ni para realizar técnicas de sanación. Tampoco había conseguido mejores resultados tratando de controlar la magia arcana: lo único que había logrado había sido crear un torrente de energía a su alrededor con el que podía interrumpir hechizos que alguien a su alrededor estuviera conjurando. Pero cuando lo conseguía tardaba dos minutos en volver a lograr un efecto similar, de manera que de poco le servía. Cuando no parecieron quedarle más opciones acudió, sin muchas ganas, al instructor de brujos. Este soltó una sonora carcajada al recibirlo. <<He estado viendo como te “entrenabas” estos días>>, le dijo burlón. <<Si no has conseguido dominar todas las técnicas inútiles que te han enseñado, ¿qué te hace pensar que puedes llegar siquiera a entender los poderes abisales que domino?>>. Volvió a carcajearse, y un pequeño diablillo que había a sus pies se rio con él.
Rashén se quedó mirando el ondulante océano. El sol se ponía en el horizonte y teñía las aguas de bonitos colores que le recodaban a las hojas otoñales del Bosque de Canción Eterna. Suspiró. <<Confío en que Lunargenta ya tenga suficientes soldados>>.
-¡Hola! –dijo una voz detrás de él-.
Rashén se llevó un pequeño susto. Se relajó al ver que solo se trataba de Pao, la pandaren que había llegado a sus tierras hacía poco. <<No la he oído acercarse>>.
-¿Qué te apremia? –preguntó, sonriente, la osa-.
-He tenido un mal día –comentó Rashén volviéndose de nuevo hacia el mar y el ocaso-. Unos cuantos, de hecho.
-Lo sé –dijo la mujer pandaren colocándose a su lado-. El resto de instructores me ha hablado de tu entrenamiento.
Rashén seguía mirando las olas.
-¿No se te ha ocurrido venir a hablar conmigo? –preguntó Pao-.
No lo había considerado seriamente. Aquella osa llevaba poco tiempo en tierras de los Sin’dorei, y aunque por su peculiar estilo de lucha le había sido otorgada la condición de instructora, contaba con pocos aprendices formales.
-No tenía intención de ofenderte, pandaren. Simplemente quería aprender un estilo de lucha más… serio.
-Ahora si que me estás ofendiendo –comentó la instructora con una sonrisa-. ¿Crees que la forma de luchar de los monjes no puede competir con la de guerreros, magos o pícaros?
<<Eso es precisamente lo que pienso>>.
-Bueno… Dar puñetazos y patadas a lo loco no me parece muy efectivo.
-¿Crees que eso hacemos, pegar sin pensar? ¿Crees que la magia arcana, la naturaleza y los elementos son las únicas fuerzas de este mundo?
Rashén la miró con el ceño fruncido.
-¿Qué quieres decir?
-Los monjes damos puñetazos y patadas, sí –explicó la pandaren-. Pero no de un modo bestia y descoordinado como lo haría alguien en una pelea de taberna.
Nuestro estilo de lucha nos permite despertar la energía espiritual que en todos habita
y que podemos emplear para realizar ataques más poderosos: el chi.
-¿Elchi? –Rashén no estaba seguro de pronunciarlo bien-.
-Chi. Vamos, deja que te lo muestre.
Ante un desconcertado Rashén, Pao adoptó una posición de ataque, flexionando las piernas y levantando los brazos, y lanzó un recto puñetazo al aire. Repitió el movimiento varias veces.
-Venga, ahora hazlo tú –dijo, y puso una mano abierta de cara al elfo-.
-¿Quieres que te golpee la palma de la mano? -Rashén no estaba seguro de
estarla siguiendo-.
-Sí –confirmó la pandaren-. Atízame como yo he hecho.
El elfo de sangre trató de adoptar una posición de ataque emulando los movimientos de Pao. Entonces lanzó su puño hacia delante y golpeó, sin demasiada fuerza y con cierta indecisión, la peluda mano negra y blanca de la osa.
-No, no –dijo ella-. Mal.
Pao volvió a ponerse en posición ofensiva.
-Fíjate bien.
Los ojos de Rashén siguieron con atención la lluvia de ataques que la pandaren lanzó al aire.
-Venga, ahora tú –dijo la instructora volviéndole a apuntar con la palma-.
Rashén adoptó de nuevo la posición, cerró los ojos un instante y, al abrirlos, atizó con el puño la palma de la osa. Al dar el golpe una sensación que nunca antes había sentido le recorrió todo el cuerpo. Se sintió imbuido de poder, como si hubiera obtenido una nueva fuerza. Pao se percató de lo que experimentaba.
-¿Lo ves? Has despertado tu chi.
Rashén se miró los puños a la vez que sonreía maravillado.
-Venga, ¡otra vez! –lo animó la instructora-.
El elfo de sangre repitió el ataque, y de nuevo sintió aquella energía espiritual fluyendo por su cuerpo. Siguieron un buen rato repitiendo el ejercicio, mientras el sol se ocultaba tras el mar del norte. A cada golpe que daba, además de sentir el chi rodeándolo, a Rashén le parecía oír, aunque de manera lejana y vaga, el atronador rugido de un tigre. Y, sin entender por qué, supo que se trataba de un tigre blanco.