Historia de Azeroth

La desaparición de Aegwynn

600 AÑOS ANTES DEL PORTAL OSCURO

Tras el combate contra Aegwynn en Rasganorte, Sargeras empezó a retorcer los pensamientos de Aegwynn. Se aprovechó de su desconfianza en el Concilio de Tirisfal para aislar de la orden. El principal motivo de dicha desconfianza residía en un detalle que Aegwynn acababa de descubrir: los integrantes del Concilio de Tirisfal interferían en la política de las naciones humanas. Los magi adujeron que solo hacían lo necesario; su orden llevaba demasiado tiempo en las sombras. Con su conocimiento y su sabiduría, podían paliar las guerras y el sufrimiento del mundo mortal.

Aegwynn, sin embargo, era escéptica respecto a las intenciones del concilio. Temía que, si se retiraba, escogerían a un Guardián más débil al que manipular en beneficio propio. Por tanto, Aegwynn decidió continuar como Guardiana más allá de su primer siglo. Empleó sus poderes para prolongar su vida décadas por encima de su esperanza de vida. Aunque algunos miembros del concilio expresaron su malestar ante las acciones de Aegwynn, aceptaron su decisión. A fin de cuentas, había realizado incontables proezas durante su tiempo como Guardiana.

A lo largo de los siguientes cientos de años, la relación de Aegwynn con el concilio se enrareció aún más. La sutil influencia de Sargeras aumentó la paranoia de Aegwynn respecto a sus aliados magi. Su creciente desasosiego la llevó a construir un refugio lejos de los ojos del concilio. En el yermo y remoto Paso de la Muerte, erigió la gran torre conocida como Kharazhan. Su localización se mantendría en secreto para el concilio durante muchos años.

A menudo, Aegwynn se retiraba a Karazhan para trabajar con tranquilidad, pero la torre también cumplía otro propósito vital: servía de conducto para las poderosas líneas Ley de la región, a las que Aegwynn podía recurrir cuando necesitaba poder.

Con el paso del tiempo, los ancianos integrantes del concilio fueron falleciendo, con su poder aún en manos de Aegwynn, y nuevos hechiceros se unieron a la orden. Estos, al igual que los anterires miembros del concilio, continuaron inmiscuyéndose en los asuntos de las naciones de los Reinos del Este. Muchos de los nuevos miembros apostaban por una línea más dura respecto a la Guardiana rebelde para obligarla a deponer sus poderes.

Durante unas de las pocas visitas de Aegwynn a Dalaran, el concilio le exigió su dimisión inmediata bajo amenaza de severas consecuencias. Aegwynn se negó en redondo. Su animadversión hacia el concilio se convirtió en hostilidad abierta. Respondió que depositar el destino de Azeroth en las manos del concilio equivalía a condenar al mundo.

Furiosos con el comportamiento de Aegwynn, los miembros del concilio acordaron tomar medidas. Si la Guardiana no entregaba voluntariamente sus poderes, la obligarían. El concilio debatió ampliamente la forma de alcanzar su objetivo. Algunos miembros propusieron nombrar un nuevo Guardián, pero esta idea podía resultar muy peligrosa. Si Aegwynn y otro Guardián se enfrentaban, el combate podía ser desastroso para el mundo. No obstante, lo que más les preocupaba es que el enfrentamiento atrajera la atención del mundo sobre su orden clandestina.

Al final, el concilio se decidió por una opción más sutil. Fundaron la Tirisfgarde, una orden de magi portadores de reliquias y armas diseñados para neutralizar los increíbles poderes de la Guardiana. Tras años de entrenamiento, estos astutos cazadores partieron en busca de Aegwynn con intención de devolverla a Dalaran.

La Guardiana esquivó fácilmente a muchos Tirisgarde, pero estos encontraron Karazhan e informaron al concilio de su ubicación.

Karazhan ya no era segura, por lo que Aegwynn selló mágicamente la fortaleza y buscó un nuevo refugio, uno que el concilio y los Tirisgarde jamás encontrarían. Tras pensarlo detenidamente, decidió construir su fortaleza entre las ruinas de la antigua Suramar, en las profundidades del mar. Su morada, el Sagrario de la Guardiana, permanecería oculta durante siglos.

Ref. Crónicas Volumen 1 pag. 152-153

 

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