[Lore] Sangre de los Altonato

Capítulo uno: O todos o ninguno.

(Leyendas. Pág: 497-424)

LA SANGRE DE LOS ALTONATO

Micky Neilson

CAPÍTULO UNO: O TODOS O NINGUNO

Por suerte había dejado de delirar.

Mientras recuperaba la consciencia, los horrores de los que Liadrin había sido testigo seguían frescos en su memoria. Sacudió la cabeza, para aclararse las ideas, abrió los ojos e intentó orientarse en ese entorno invertido. El humo se había despejado y la vacilante luz de las antorchas proyectaba unas sombras danzantes por esas paredes de piedra tallada. Unas gigantescas máscaras de madera, que se hallaban montadas sobre unas lanzas con punta de piedra, miraban hacia el suelo de manera desaprobadora; esas bastas efigies de diversos animales divinos primitivos y tenebrosos los vigilaban silenciosa y sombríamente.

Al menos, la habitación había recuperado la normalidad.

Ese espacio cerrado de forma circular contaba con una serie de escalones con forma de anillo en su parte central, que descendían hasta un piso inferior redondo, cuyo suelo estaba repleto de surcos que se expandían hacia fuera, como los radios de una rueda, desde un centro hundido hasta alcanzar unos agujeros de desagüe situados en los bordes. Liadrin se percató, con extremo desagrado, de que el suelo y los surcos estaban manchados de una sustancia oscura de color carmesí. Del techo, encima de esa hondonada, pendía un enorme gancho por medio de una cadena oxidada.SDLA

Posó la mirada sobre un brasero de cobre bastante llano que yacía en el suelo a pocos metros. Dentro de él, unas pocas ascuas brillaban aún tenuemente.

En ese instante, en algún lugar situado junto al muro de su derecha, Dar’Khan se despertó sobresaltado. Volvió la cabeza para ver cómo se retorcía bajo esas cuerdas que lo ataban, pero sus esfuerzos fueron en vano; el mago seguía demasiado débil. Tenía la cara roja por culpa de la sangre que se le había ido acumulando en la cabeza; además, las venas de sus sienes destacaban sobremanera y su larga melena rozaba el suelo. Miró a su alrededor frenéticamente por un momento y, acto seguido, profirió un hondo suspiro.

Clavó sus ojos en Liadrin.

Me hallaba atrapado en una suerte de pesadilla horrible.

—Igual que yo —contestó Liadrin —. Me he despertado solo unos segundos antes que tú.

Dar’Khan se revolvió una vez más, pero fue inútil.

No tenía intención de morir de esta manera —masculló—. Atado como un animal.

NINGUNO TENÍAMOS intención de morir de esta manera —le corrigió Liadrin.

No me gusta que habléis tanto sobre la muerte —protestó Galell.

Liadrin volvió la cabeza hacia el lado opuesto, donde el joven sacerdote se encontraba colgado, y se preguntó cuándo habría recuperado la lucidez.

El sacerdote siguió hablando, como si se hallaran en una situación normal.

Los dos habláis como si ya os hubierais rendido. Yo, sin embargo, pretendo dar con la manera de salir de este atolladero.

Dar’Khan lanzó unas carcajadas breves y teñidas de tristeza.

Ah, bendita sea la ignorancia de la juventud.

¿Me estás llamando ignorante? Pues te recuerdo que no fui yo quien nos llevó hasta una emboscada.

Fue tu torpeza la que sin duda alertó a esos salvajes de nuestra presencia.

Al menos yo no fui el primero en ser golpeado y caer inconsciente.

Claro, ya que para eso tendrías que haber luchado. Después de todo, los sacerdotes no estáis preparados para los rigores del combate.

Nuestra misión consiste en preservar la vida e iluminar a nuestros camaradas bajo el esplendor de la Luz —les interrumpió Liadrin—. Es más fácil derramar sangre que restañar las heridas. Si alguna vez yaces destrozado y moribundo en el campo de batalla seguro que acabarás agradeciendo a la Fuente del Sol que poseamos el don de la curación. — Dar’Khan se preparó para replicar mientras Liadrin proseguía hablando—. Pero discutir es precisamente lo que no deberíamos seguir haciendo. A menos que queramos atraer su atención y que ellos regresen para volvernos a dejar inconscientes.

Dar’Khan resopló a modo de respuesta para mostrar su indignación, pero a partir de ahí reinó el silencio, que solo quebraba el crepitar de las antorchas. Liadrin intentó hacer algún movimiento; cualquiera, aunque solo fuera mover un dedo. Sin embargo, esas ligaduras mantenían sus manos bien atadas a su espalda y el resto de su cuerpo se negaba a reaccionar. La única sensación que era capaz de notar era un tremendo dolor provocado por esas cuerdas que le apretaban fuertemente los tobillos.

Entonces, Galell hizo una pregunta en voz baja.

¿Por qué creéis que todavía no han intentado matarnos?

No lo sé, Galell —contestó Liadrin, a pesar de que, en realidad, tenía alguna idea al respecto, ya que había oído algunas historias acerca de ciertos horripilantes rituales trols, unas historias que su interlocutor más joven probablemente nunca habría escuchado, unas historias que nunca acababan bien. Estaba bastante segura de que fuera lo que fuese lo que esos monstruos con piel cubierta de musgo les tuvieran reservado, seguramente iba a ser extremadamente desagradable.

Se volvió para mirar a Dar’Khan, quien había cerrado los ojos como si estuviera meditando, lo cual era una buena señal. Quizás estaban superando todas las secuelas que les habían dejado los golpes recibidos en la cabeza. La propia Liadrin notaba que lentamente iba recobrando la capacidad de concentrarse. Cerró los ojos y buscó con todo su ser la gloria de la Luz, pero esta siguió fuera de su alcance.

Se preguntó entonces si alguien habría reparado en su ausencia. De ser así, tal vez los Errantes hubieran preparado una partida de búsqueda; tal vez incluso estuvieran reuniendo un ejército ahora mismo. Se sintió responsable por no haber exigido una escolta más fuertemente armada cuando se habían aventurado a investigar esa piedra rúnica defectuosa. Debería haber hecho mucho más para poder proteger a su joven aprendiz, Galell, quien a pesar de su coraje, ignoraba aún cómo funcionaba realmente el mundo.

Como habían pasado varios meses desde el último ataque a una aldea elfa, Liadrin se había sentido bastante segura en compañía del puñado de arqueros que hacían también las veces de guía. Aunque, claro, esos arqueros cayeron rápidamente ante los trols, quienes se abalanzaron sobre ellos tras haber surgido, aparentemente, de la nada.

Sin lugar a dudas, habían permanecido escondidos en los árboles y habían aguardado el momento oportuno para abalanzarse sobre sus adversarios. ¿Acaso eran ellos los que habían neutralizado esa piedra rúnica? ¿O, simplemente, la habían descubierto y habían esperado a que se presentara alguien a investigar?

Si habían aprendido a sabotear las piedras rúnicas, tenían un grave problema que solucionar… De repente, oyó unas tenues pisadas que procedían de detrás de la puerta de madera que se hallaba justo frente a ella. Oyó un tintineo metálico y un crujido. Al instante, la puerta se abrió.

Qué criatura tan espantosa, pensó Liadrin al ver entrar al trol. Al fin y al cabo, tenía más derecho a odiar a los trols que la mayoría de la gente. Por culpa de esas bestias, había perdido a sus padres, fallecidos en una de las muchas incursiones brutales que realizaban los trols.

Este trol en particular llevaba apoyado sobre un hombro huesudo el extremo de un palo de madera. Gracias a su constitución enjuta y desgarbada pudo atravesar la puerta con suma facilidad, pero como era tan alto, la fina línea de pelo que coronaba su cabeza y la hélice de sus orejas puntiagudas rozaron la parte superior de la entrada. Portaba el primitivo atuendo tribal de los Amani, que estaba compuesto de poco más que un taparrabos, unas plumas, unos abalorios y diversos accesorios de cuero. A ambos lados de su cintura, dos hachas ligeras pendían de una cuerda, que hacía las veces de cinturón. Miró a ese peculiar trio y esbozó una amplia sonrisa; al curvar sus oscuros labios, mostró unos dientes puntiagudos y unos largos colmillos amarillentos que brotaban de su mandíbula en dirección ascendente.

A continuación, se adentró en la estancia unos cuantos pasos y se apartó a la derecha para permitir que entrara otro trol. Este se parecía mucho al anterior, salvo por el hecho de que sus colmillos se inclinaban hacia abajo y se expandían hacia los lados.

Un compañero elfo colgaba boca abajo [debajo] de ese palo de madera que llevaban sobre los hombros ambos trols; se trataba de un forestal que debía de ser un Errante de alto rango, a juzgar por su armadura ligera, el cual tuvo que apretar el mentón contra el pecho para evitar rozar con la cabeza el suelo.

Los trols iniciaron una discusión en su peculiar idioma, por lo que Liadrin solo logró entender algún que otro fragmento suelto. El primer trol señaló con la cabeza hacia la pared donde ella y los demás se encontraban colgados. El segundo señaló hacia el gancho que pendía del techo en el centro de la habitación.

No discutáis por mi culpa; con lo bien que os estabais llevando hasta ahora —comentó el forestal. Mientras pronunciaba estas palabras, examinó la estancia, fijándose en todos los detalles, a la vez que evaluaba la situación. Su mirada se cruzó con la de Liadrin, a quien obsequió con una sonrisa fugaz y compasiva.

El primer trol dirigió su mirada hacia el forestal y, a continuación, la alzó hacia su compañero y se encogió de hombros. Acto seguido, llevaron al elfo hasta las escaleras situadas en el centro de la estancia y lo elevaron, para poder enganchar las cuerdas con las que le habían atado los tobillos al gancho. Después, el segundo trol lo desenganchó del palo de madera.

—En unos momentos, nuestros compañeros van a tomar este pequeño escondrijo vuestro —les advirtió el forestal a los trols—. Si nos dejáis marchar ahora, tal vez podamos mostrarnos misericordiosos con vosotros en cierta medida.

Al instante, el segundo trol echó hacia atrás una pierna y propinó al forestal una fuerte patada en la cabeza. El primer trol se rió, con unas carcajadas profundas y guturales que estremecieron a Liadrin.

Algo se movió cerca de la puerta. Ambos trols se quedaron quietos y, acto seguido, se apartaron al ver que un tercer trol entraba en la estancia.

Este se apoyaba al andar en un bastón coronado por una cabeza reducida de elfo, y unas calaveras deformadas esbozaban unas sonrisas maliciosas desde el extremo superior de unas estacas de madera que sobresalían a su espalda. De su cinturón colgaban unas bolsas, unos amuletos y unos fetiches de aspecto muy extraño.

En su cara se divisaban las arrugas propias de su avanzada edad; sin embargo, el brillo de esos ojos que destacaban bajo ese prominente ceño reflejaba una perturbadora inteligencia. Dar’Khan se lamentó.

Oh, otra vez, no…

El anciano médico brujo sorteó el círculo de la parte central y se acercó al brasero del suelo.

En cuanto el médico brujo metió una mano en una bolsa, de la que extrajo diversas hojas verdes que arrojó al brasero, los otros dos trols salieron rápidamente de esa estancia.

¿Qué está haciendo? —preguntó el forestal.

Prepara algo para que dejemos de resistirnos —contestó Liadrin. El médico brujo amontonó con sumo cuidado un poco de leña bajo el brasero y colocó el extremo de una cuerda de unos quince centímetros de largo bajo esta. A continuación, se agachó y pronunció una sola palabra.

Dazdooga.

Liadrin dio por sentado que esa palabra significaba «fuego» porque el extremo de la cuerda que yacía apartada de la leña se prendió. El anciano médico brujo se rio entre dientes, a la vez que se giraba y sorteaba de nuevo el círculo arrastrando los pies para salir de la estancia. Los dos trols de antes cerraron rápidamente la puerta tras él y la sellaron con llave desde fuera.

No nos queda mucho tiempo — informó Liadrin al forestal mientras la cuerda se iba quemando y la llama se acercaba a la leña.

Me llamo Lor’themar Theron y soy teniente de los Errantes – respondió el forestal con premura. —Nuestro grupo de tres hombres se vio sorprendido y superado en número por el enemigo, aunque logramos enviar a una veintena de esos monstruos a reunirse con sus ancestros antes de que cayera por culpa de una de esas pociones embotelladas suyas. Cuando me desperté, mis camaradas estaban muertos y yo… tal y como me veis ahora.

Galell inquirió:

¿Es cierto lo que has dicho antes acerca de que vienen refuerzos a ayudarnos?

Por desgracia, no. Fue una mera baladronada, pero dadas las circunstancias… —Posó la mirada sobre la cuerda que se quemaba—… pensé que había que intentarlo.

Entonces, Dar’Khan habló.

¿Tienes alguna idea de qué planean hacer con nosotros?

Lor’themar intentó girar la cabeza para poder ver al mago, pero fue incapaz.

No. Pero mientras me traían hacia aquí, me dio la sensación de que estaban muy atareados preparando un recibimiento.

Ya solo quedaba una cuarta parte de la cuerda para que la llama alcanzara la leña.

Liadrin volvió la cabeza hacia Dar’Khan.

¿Has recuperado las fuerzas?

Dar’Khan intentó concentrarse. Liadrin y los demás notaron un leve tirón, pero no físicamente sino en los más hondo de su ser. Esa sensación se prolongó durante unos breves segundos y se esfumó.

Dar’Khan negó con la cabeza.

Como el fuego estaba a punto de alcanzar la leña, Lor’themar habló con un tono apremiante.

Quizá sobrevivamos a esto, pero para que eso sea posible, debemos colaborar. Cuando la oportunidad se presente, entraré en acción. El resto tendréis que intentar hacer todo lo posible por imitarme. Cuando llegue el momento, ¡no titubeéis! Os juro que no importa lo que suceda, si soy capaz de liberarme, no os dejaré atrás. —La leña se prendió—. ¡Estamos juntos en esto, así que o sobrevivimos todos o perecemos todos!

El brasero se calentó. Un espeso humo negro se alzó de esas hojas, se hinchó, y ascendió extendiéndose por el techo. Unos segundos después, una nube de tentáculos inició su descenso.

En ese instante, Lor’themar concluyó su perorata:

Os juro que de aquí saldremos todos vivos o moriremos todos juntos. O todos o ninguno.

Liadrin observó cómo el humo le envolvía los pies y luego las piernas, para progresar después por el resto de su cuerpo.

De acuerdo: o todos o ninguno.

Galell se mostró de acuerdo y, sorprendentemente, su voz transmitió la misma compostura, la misma confianza, que antes.

O todos o ninguno.

A Dar’Khan se le desorbitaron los ojos en cuanto el humo le engulló el torso.

Sí, sí… ¡o todos o ninguno!

La oscuridad envolvió la estancia.

Liadrin cerró los ojos y todo cuanto oía a su alrededor pasó a sonar muy lejos y distorsionado. Aguantó la respiración todo el tiempo posible hasta que el pánico se apoderó de ella y tuvo que jadear para poder respirar. De inmediato, ese humo amargo le llenó los pulmones y la quemó por dentro.

Al instante, sintió que se partía en dos, era como si su mente y su espíritu se hubieran separado de su cuerpo, como si se hallaran perdidos y deambularan por esa espesa niebla negra.

Apenas fue consciente de que abría los ojos.

Entonces, el humo se retiró hacia las esquinas de la estancia girando y agitándose como si fuera una nube tormentosa que hubiera cobrado vida.

Lor’themar tembló un poco al principio y, acto seguido, sufrió unas violentas convulsiones. De su boca brotó espuma a borbotones, al mismo tiempo que se retorcía y agitaba como un pez atrapado por un anzuelo.

De repente, una voz resonó por todo ese espacio cerrado; una voz áspera y ronca que pertenecía a un trol. Ese sonido parecía surgir de todas partes a la vez y parecía llenar la cámara mientras se desplazaba por la estancia de un modo espeluznante.

La Luz no os va a salvar ahora.

Tras el humo, a ambos lados, se oyeron unos crujidos. Dos de las máscaras de madera salieron disparadas de la pared y, a continuación, permanecieron flotando en el aire.

Habéis sido juzgados y habéis sido hallados culpables.

Los rasgos de las máscaras se desfiguraron para reflejar el sentimiento que expresaba esa voz.

¡Culpables!

¡Culpables!

Liadrin se giró para ver a Dar’Khan, cuyos ojos se habían vuelto bancos por completo. Sonreía, se reía; esas carcajadas resultaban más estremecedoras que si hubiera chillado.

Dirigió sus ojos a Galell, quien le devolvió la mirada con una expresión donde se mezclaba la conmoción y él… ¿alivio?

A veces da la impresión de que unos niños están chillando —dijo—. Sí, centenares de niños.

De repente, se le desprendió un gran trozo de su cráneo, que fue a parar al suelo. Un incesante flujo de sangre manó de ese agujero que tenía abierto en la cabeza y salpicó la mampostería. Liadrin apartó la vista.

Lor’themar aulló de agonía y Liadrin observó horrorizada cómo su cuerpo ardía envuelto en llamas.

Las dos máscaras se hallaban ahora más cerca, la miraban ceño fruncido mientras la condenaban malévolamente.

¡Culpables!

¡Culpables!

Dar’Khan siguió riéndose. Liadrin miró hacia atrás. La piel del mago se había tornado gris y se le estaba cayendo. Se le había pelado la piel que le rodeaba la boca, de tal modo que habían quedado expuestas unas fauces sangrientas y sonrientes propias de un depredador. Un insecto hinchado emergió por una de sus fosas nasales y se escabulló por su rostro. Los huesos le rasgaron la carne y quedaron a la vista.

Liadrin cerró los ojos con fuerza.

Esto no es real.

No es real.

¡No es real!

La voz prosiguió hablando.

¡Habéis sido hallados culpables!

Liadrin abrió los ojos. Las máscaras ya no se encontraban ahí. Estaba completamente desorientada e ignoraba cuánto tiempo había estado alucinando.

¿Se acabó, pensó, o es que mi mente me está jugando otra mala pasada?

El velo de humo se apartó y, tras él, apareció un trol que se encontraba agachado ante ella. Vestía un jubón de cuero que llevaba desabrochado y la parte inferior de su rostro estaba tapada por una larga tela. Al trol se le desorbitaron los ojos y dos chorros de llamas brotaron de ellos.

Supongo que, después de todo, aún sufro las secuelas del humo.

Sois culpables. Culpables de habernos expulsado de nuestras propias tierras…

Dos trols curtidos en mil batallas, que también llevaban tapada la parte inferior de sus caras con un trozo de tela, flanqueaban sentados a Lor’themar. El que estaba detrás del forestal tenía una cicatriz en la frente. Por suerte, Lor’themar no estaba ardiendo, aunque todavía se retorcía y sufría convulsiones; además, tenía los ojos muy cerrados mientras luchaba con sus propias y horrendas visiones.

Los trols golpearon el suelo de piedra con sus lanzas

¡Culpables!

¡Culpables!

Culpables de obligarnos a escondernos como animales. Culpables de matar a mis hermanos y hermanas. Culpables de pensar que todo cuanto os rodea os pertenece. Culpables de ser tan necios como para pensar que vais a triunfar donde otros fracasaron.

El trol se detuvo por un momento y estudió a Liadrin detenidamente. A esa bestia inmunda le brillaron pérfidamente los ojos mientras se reía entre dientes y una carcajada resonaba en lo más profundo de su garganta.

Liadrin asumió de inmediato que debía [de] tratarse de Zul’jin. Había oído historias sobre ese temible líder trol que realizaba ataques contra cualquier aldea elfa por muy protegida que estuviera. De algún modo, siempre se las había ingeniado para infiltrarse en sus defensas y siempre se las arreglaba para infligir mucho daño a sus adversarios y causar muchas bajas; además de huir siempre indemne. Era famoso por su crueldad y astucia.

Los aqir intentaron expulsar a nuestros ancestros; luego, los elfos de la noche intentaron obligarnos a marchar. Después, lo habéis intentado vosotros, pero…

Se inclinó aún más cerca y agitó la cabeza de lado a lado

—… nosotros somos como una pesadilla… —Liadrin parpadeó y, de repente, el pañuelo de Zul’jin se transformo en una inmensa boa constrictor que reptaba por la cara y cuello de ese líder—… que no se olvida.

La serpiente alzó su gigantesca cabeza y abrió sus fauces, mostrando así una hilera tras otra de dientes afilados como agujas. Liadrin volvió a parpadear y la serpiente desapareció; fue reemplazada por un pañuelo destrozado.

Zul’jin se enderezó cuan largo era (poseía una altura impresionante; fácilmente, le sacaba cabeza y media al trol más alto que ella hubiera visto hasta entonces) y se dirigió al piso inferior. Lor’themar también había abierto ya los ojos mientras parecía que estaba intentando librarse de sus visiones y recordar dónde estaba.

Entonces, se preguntó cómo se encontraría Galell. Miró hacia atrás y comprobó que éste tenía los ojos cerrados, pero daba la sensación de que, en vez de estar combatiendo contra unas pesadillas espantosas, se hallaba sumido en unos pensamientos muy hondos; más que aterrorizado, parecía meditabundo. Liadrin no estaba segura de si eso debía preocuparla o no.

Y como no vamos a marchamos… creo que deberíamos reconquistar nuestras tierras, quemar vuestros bonitos edificios y enviaros de vuelta corriendo por donde habéis venido. Pero no va a ser fácil. Sois taimados y arteros…

En ese instante, se llevó una mano a un costado y desenvainó una daga de hoja ondulada de casi un metro de largo.

Nuestra magia es débil comparada con vuestras piedras rúnicas. Vuestras ciudades están protegidas con esa magia. Pero he estado observando y pensando…

Zul’jin se llevó la punta de su arma a la sien y se dio un golpecito con ella mientras se agachaba delante de Lor’themar.

Creo que extraéis vuestro poder de ese manantial de la luz… ¿Cómo lo llamáis? ¿La Fuente del Sol? Sí, creo que de ahí obtenéis ese poder. Sin él, quizá vuestra magia no sería tan extraordinaria.

Liadrin se volvió hacia Dar’Khan, quien ya no era un cadáver viviente, sino que parecía haber recuperado el juicio… De hecho, parecía estar prestando atención incluso.

Zul’jin cortó con su daga las sujeciones de cuero que mantenían la armadura de Lor’themar colocada en su sitio. Acto seguido, rasgó la túnica del forestal, cuyo torso quedó expuesto.

Liadrin intentó mover un dedo, pero no hubo suerte. Respiró hondo, se serenó en la medida de lo posible y volvió a intentarlo.

Y lo logró.

Aunque solo fue un movimiento muy leve, era algo, al menos. Eso significaba que los efectos del humo empezaban a remitir.

Zul’jin recorrió con la punta de esa hoja del estómago y el pecho de Lor’themar, aunque apenas le rozó la piel.

Quiero saber cómo podría superar el poder de esas piedras rúnicas. Quiero saberlo todo sobre la Fuente del Sol y sus defensas.

En ese instante, Liadrin pensó: No saben cómo anular el poder de las piedras rúnicas. La piedra que veníamos a buscar debe tener algún defecto. Eso era un alivio, al menos.

El líder trol se puso en pie y posó la mirada sobre Liadrin y los demás.

Quizá vuestro amigo no hable. Es un forestal, ¿no? Sí, son muy duros. Pero vais a ver cómo lo desollamos vivo, le vais a oír chillar hasta que no le quede aliento; quizá así os lo penséis mejor, quizá así alguno de vosotros decida hablar, pero debéis saber que solo os voy a dar una oportunidad.

Zul’jin miró primero a Liadrin y luego a Dar’Khan. Por último, echó un vistazo fugaz a Galell, que seguía con los ojos cerrados. El silencio se prolongó durante un momento que pareció eterno.

Vuestra reacción no me sorprende. Sois muy orgullosos. Tal vez os guste mucho luchar y matar, pero que os quede clara una cosa, vamos a pelear hasta que no quede ninguno de nosotros en pie. Os vais a enterar de qué pasta estamos hechos.

Presa de la ansiedad, Zul’jin dio unos golpecitos con el dedo a la punta de la hoja y se agachó a solo unos centímetros de Lor’themar.

Pero primero te voy a abrir en canal para comprobar de qué estás hecho tú.

¡No! —exclamó Liadrin—. ¡Apártate de él!

La sacerdotisa giró la cabeza hacia Dar’Khan y le suplicó con la mirada que hiciera algo. El mago clavó su mirada teñida de miedo en ella. En ese momento, parecía sentirse totalmente desconcertado e inútil. Hizo un gesto de negación con la cabeza, con el que le indicó que todavía no había recuperado la capacidad de lanzar hechizos.

La punta de la daga atravesó la piel de Lor’themar justo por debajo del ombligo. Zul’jin le hizo un largo tajo hacia abajo en vertical.

No va a ser rápido…

De inmediato, Liadrin intentó invocar a la Luz para curarle esa herida pero aquel humo seguía levantando un muro en su mente. Lor’themar no chilló, pues se hallaba tremendamente concentrado en la tarea que había iniciado solo unos segundos antes. Había logrado recuperar cierta movilidad en las manos y estaba intentando sacar el diminuto cuchillo que llevaba debajo del cinturón en la zona lumbar.

La sangre manó a raudales por la herida abierta y Zul’jin introdujo sus larguiruchos dedos en ella.

Lor’themar gritó.

Liadrin dirigió su mirada a Galell, quien, de algún modo, había logrado aflojar las ligaduras que le ataban las muñecas. Ahora, estaba intentando soltarse las de los tobillos. Los otros dos trols estaban tan concentrados en la tortura de Lor’themar que no se estaban percatando de nada.

Zul’jin se restregó la sangre de Lor’themar por la cara, por ambos lados, donde el pañuelo no le tapaba.

Galell logró soltarse, cayó al suelo y rodó a un lado. Inmediatamente, se puso en pie y cogió una de las lanzas que estaban apoyadas sobre la pared. El trol que se encontraba más cerca de él se giró y abrió los ojos como platos a la vez que lanzaba su lanza. Galell esquivó el proyectil por muy poco y, al mismo tiempo, el trol hizo ademán de coger el hacha que llevaba atada al cinturón.

El joven sacerdote vaciló por un breve instante y, de repente, cruzó de un salto la estancia y le clavó su lanza al trol en el cuello, atravesándole también la garganta. El trol alzó ambas manos y trató de agarrar a tientas la punta ensangrentada de la lanza que emergía de su cuello mientras intentaba seguir respirando como podía. Cayó hacia atrás a la vez que un inmóvil Galell lo contemplaba fijamente. Observó cómo el trol agitaba los brazos en el aire en vano mientras su sangre empapaba el suelo de piedra.

Nunca había matado a nadie, pensó Liadrin.

Zul’jin se giró y atacó con su cuchillo ondulado, cuya hoja silbó al rasgar el aire a solo unos centímetros del rostro de Galell, quien se tambaleó hacia atrás, al resbalarse con la sangre del trol moribundo.

Lor’themar había logrado sacar el diminuto cuchillo que llevaba en la parte de atrás del cinturón. Cortó las cuerdas que le ataban las muñecas y se alzó, con sumo dolor, hasta poder alcanzar las ligaduras de los tobillos, que cortó a continuación.

Galell se hizo con una de las hachas que el trol caído llevaba en su cinturón. Se puso en pie como un rayo y arremetió contra Zul’jin, pero el líder trol era demasiado rápido, contraatacó y le hizo un corte al joven sacerdote en la muñeca. El hacha cayó al suelo con estrépito, rebotando sobre la mampostería hasta detenerse cerca de Lor’themar.

El trol de la cicatriz se dispuso a arrojar su lanza contra Galell, pero Zul’jín se interpuso en su trayectoria. Gallell había retrocedido hasta chocarse con una de esas máscaras descomunales, la cual arrancó de la pared. Zul’jin cargó hacia él, con la daga en ristre, justo cuando el joven sacerdote cogía la máscara para utilizarla a modo de escudo. La punta de la daga del líder trol se clavó en la madera. Galell se abalanzó sobre su rival.

En ese instante, Lor’themar cayó al suelo, mareado y adormilado por culpa de la sangre que había perdido.

Liadrin intentó librarse de sus ataduras a la vez que volvía a sentir esa misma sensación que había notado antes de que alguien tiraba de ella desde lo más hondo de su ser. Lanzo una mirada a Dar’Khan, que seguía colgado totalmente quieto y con los ojos cerrados. Esa sensación se intensificó por un breve instante y, acto seguido, se disipó. Cabía la posibilidad de que el mago hubiera recuperado su capacidad de concentración, así que tal vez… Liadrin cerró los ojos y expandió su consciencia para alcanzar la Luz.

Zul’jin agarró con fuerza la máscara que sostenía Galell y tiró de ella obligando así al joven sacerdote a girar, lo cual provocó que este se estampara contra la puerta de madera. A continuación, el líder trol cogió un hacha que llevaba colgada del cinturón y se dispuso a romper a base de hachazos la máscara que Galell utilizaba como defensa improvisada.

El trol de la cicatriz saltó al piso inferior y se cernió amenazante sobre Lor’themar. Acto seguido, alzó su lanza por encima de la cabeza, dispuesto a propinar un golpe letal.

Lor’themar rodó hacia delante, se detuvo justo detrás de una de las piernas de su atacante y, con la diminuta hoja que había utilizado para liberarse, le cortó el tendón de Aquiles justo por encima del tobillo. El trol de la cicatriz aulló de dolor y trastabilló hacia atrás, de modo que fue a caer sobre los escalones.

Entretanto, Galell notó cómo la puerta que tenía a sus espaldas temblaba violentamente, por culpa de los golpes que recibía desde el otro lado, al mismo tiempo que intentaba esquivar la mortífera hacha de Zul’jin.

Liadrin por fin sintió el cálido resplandor de la Luz, que inundó su ser mientras se concentraba en todo el dolor y horror que había experimentado en los últimos minutos para redirigirlo hacia la mente de Zul’jin.

Lor’themar intentó coger un hacha que se encontraba caída en el suelo muy cerca de él. Logró alcanzar el mango al mismo tiempo que se esforzaba por ponerse de rodillas.

Zul’jin dejó de atacar a Galell de un modo tan implacable, sus ataques se volvieron más lentos. El líder guerrero se tambaleó como si estuviera aturdido y se llevó la mano libre a la cabeza, como si estuviera sufriendo un terrible dolor y un ataque de paranoia y terror. No obstante, Galell ya no podía soportar más las constantes embestidas que recibía la puerta desde el otro lado. El joven sacerdote arrojo la máscara al suelo, se volvió y concentró sus esfuerzos en mantener la puerta cerrada.

En ese momento, unas manchas oscuras aparecieron en la visión periférica de Lor’themar, quien era consciente de que a duras penas había recuperado el dominio de su mente y su propio cuerpo. Se esforzó por mantener la concentración mientras el trol de la cicatriz, que no estaba dispuesto a aceptar la derrota a pesar de hallarse tumbado boca abajo y ser incapaz de ponerse en pie, se movía para adoptar una posición que le permitiera atacar a su adversario.

Liadrin se dio cuenta de que Lor’themar estaba en peligro. Al instante, centró su atención en otro objetivo: en pedir a la Luz que curara al forestal… pero el esfuerzo que había invertido en atacar a Zul’jin había acabado con toda la claridad mental de la que era capaz de hacer gala. La frustración se fue apoderando de ella al sentir cómo la Luz se alejaba de su alcance; además, cuanto más frustrada se sentía, más distante parecía hallarse la Luz. En cuanto el trol de la cicatriz arremetió con su lanza contra Lor’themar, el pánico dominó a Liadrin por una fracción de segundo y perdió totalmente el contacto con la Luz.

El trol arremetió contra el forestal. Lor’themar logró bloquear el golpe con su hacha cuando la punta de la lanza se hallaba ya a solo unos centímetros de su objetivo. El mango de la lanza se hizo añicos y el forestal gritó de dolor en cuanto las astillas de madera se le clavaron en el hombro. Entonces, lanzó un hachazo del revés y estuvo a punto de decapitar al trol. La criatura se llevó las manos a la profunda herida que su rival le había abierto en la garganta, de la que manaba sangre a borbotones, y rodó de costado.

En ese instante, Lor’themar notó una sensación extraña en el estómago. Miró a Dar’Khan. Las gotas de sudor surcaban el rostro del mago, quien tenía los ojos cerrados y los dientes apretados, y cuyas venas del cuello y las sienes parecían estar a punto de estallar.

Si bien Zul’jin se había recuperado ya del ataque mental de Liadrin, fingió que seguía muy débil por solo un segundo más, mientras evaluaba la situación y repasaba con sumo cuidado sus opciones. Con una rapidez inusitada, agarró a Galell del pelo, lo apartó de un terrible empujón de la puerta y le hizo la zancadilla.

La puerta se abrió de manera violenta y unos cuantos trols entraron en tropel. Tres de ellos rodearon a Lor’themar y alzaron sus lanzas. Zul’jin obligó a Galell a arrodillarse de un empujón, a la vez que aferraba con más fuerza si cabe al sacerdote del pelo y cogía impulso con el hacha para propinarle el golpe letal…

Liadrin notó que esa sensación de que alguien estaba tirando de sus tripas iba en aumento, hasta que sintió que toda su esencia estaba siendo arrancada de ese lugar en particular, del mundo.

Zul’jin blandió el hacha con todas sus fuerzas justo cuando Galell se desvanecía, de tal manera que la otra mano del trol solo sujetaba el vacío cuando la hoja hendió unas diminutas partículas de luz que revoloteaban en el aire.

El líder trol se giró y la ira ardió en sus ojos mientras varios guerreros trols más entraban en avalancha en la estancia.

Llegaban demasiado tarde. Los prisioneros habían escapado.

Un comentario sobre “Capítulo uno: O todos o ninguno.

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