Llevaba horas sentado en el suelo recostado en el árbol, con la mirada fijada en un charco donde las gotas ondeaban y burbujeaban. La tormenta no amainó y la lluvia arreciaba. A pesar de lo angustiado que pudiera sentirse, el golpear el tronco le ayudó a desahogar parcialmente su dolor. Ahondó en los recuerdos buscando respuestas. Aún no concebía que Mendoreth, a quien lo conocía desde que era un niño, hubiese cometido tal horror. Recordó de pronto cuando habló con libertad el día que su hijo desenvainó “El Legado”:
“Engendrar un hijo con una humana y casarse con ella fue un error. Quiero que sepa, que aunque hasta ahora nos cuesta saber que ha roto completamente la tradición de esta casa, no vamos a dejar de servir tanto a usted como a su familia”
Arrugó el entrecejo analizando después el trato que su sirviente tenía con su mujer e hijos. Negando, consternado. No fue demasiado afectuoso, pero siempre tuvo respeto por ellos.
Ethoras ya no podía aguantar más. Había respetado que Denoroth tuviese un momento de soledad para al menos llorarlos, desahogar su dolor, pero temía que pudiera hacer alguna locura. Se levantó de la silla y salió de la posada. Oteando lo que le permitía la lluvia y la noche, un rayo iluminó lo suficiente para verle bajo aquel árbol, sentado, apoyando el brazo diestro en una rodilla; con la cabeza agachada. El largo cabello negro mojado del elfo cubría su rostro en mechones apelmazados. Corrió a su encuentro, alarmado.
-¡Denoroth! – Le ayudó a levantarse- Volvamos a la posada, estás empapado. -cuando se pusieron en pie, se fijó en el tronco, con el rastro de sus nudillos marcados. Le miró con lástima.
-No fue él. -masculló, meditativo, con la mirada perdida en la nada. Cabizbajo.
-¿Quién?
-Mendoreth no los asesinó. Nunca haría algo así. -levantó el rostro hacia los ojos de Ethoras, donde aún reflejaba su aflicción.
El forestal, prefirió evitar hablar de ello y pensar en su bienestar.
-Denoroth… escucha…
-¡Estoy bien, Ethoras! -bramó molesto, ante la actitud lastimera de su amigo, cortante y reprensivo. Destilaba en sus ojos rencor. Reproche. y por más que entendiera sus motivos de su silencio después de tantos años, no pudo evitar sentirse airado.- Tranquilo, no me he vuelto loco. -Se soltó bruscamente, fulminándolo con la mirada. Caminó presto hacia la posada, dejándolo sólo.
Ethoras le observaba un poco dolido, a pesar de entenderle. No sabía cómo ayudar a Denoroth, y pensó en lo que le dijo cuando hablaron antes de ir a la casa Annor. Poniéndose en su lugar le era imposible. Todo lo que perdió fue sus hermanos, pero él siempre ha creído que lucharon por defender a su pueblo en la caída de Quel’thalas; que murieron con honor y les debía honrar. Pero, a pesar de lo que él piense, había visto a muchos sucumbir a la locura, tanto por la sed de magia, como por la gran pérdida de los seres queridos, de como fueron atacados por ellos, resurgidos como no-muertos descerebrados.
Prefirió no exceder su protección, o preocuparse en demasía por él. Confió en su fortaleza.
Al entrar en la posada, Denoroth iba dejando el rastro en el suelo de barro barnizado de las botas, produciendo un reguero de agua a su paso. La posadera lo fulminaba con la mirada. Encantó el cubo y la fregona, y los enseres reaccionaron acercándose, trapeando el suelo bajo el influjo de la magia doméstica.
El forestal entró minutos después de él -limpiándose previamente las botas en el felpudo-; le volvió a ver sentado en esa misma silla donde tomó asiento cuando llegaron. Se sentó a su lado, cauto, esperando en ese momento no ser un estorbo para su amigo. Denoroth no mostró signos de molestia. Relajó un poco su hostilidad, y permitió que se quedase con él.
Esperó paciente a que hablara, pero solo veía a Denoroth negar de vez en cuando con la mirada perdida, reflexivo y ceñudo.
-¿Vas a decirme de una vez qué te ronda en la cabeza? -preguntó, exhalando el aliento.
-Sigue sin cuadrarme que haya sido Mendoreth. Como ya te dije, él no haría algo así.
-Y, ¿cómo explicarías lo sucedido?
El elfo, inmerso en sus reflexiones, respondió:
-Hay algo más, por muchas vueltas que le doy, llego a la conclusión de que Mendoreth no podría: Seline sabía luchar aunque se hubiese retirado del ejército. Mi hijo ganaba destreza cada día con la espada, se habría defendido y más entre su madre y él, y eso, en el caso de que Mendoreth fuera hábil con la espada. Recuerdo que él me ayudaba en el pasado cuando apenas era un muchacho a entrenar los ejercicios que aprendía en la Academia. Mi padre siempre estaba fuera y rara vez se le veía por casa, y te puedo asegurar que no era tan bueno. -levantó la vista que mantenía clavada en la mesa, hacia los ojos del forestal.- Debió ser otra persona más preparada, alguien que nos odiara mucho, para cometer esa atrocidad. Tú mismo lo has dicho, los mutilaron y tal vez quemó él la casa para borrar las pruebas. Yo tuve “suerte”, no me hallaba en la casa, no arrastré el amargor de la pérdida durante estos años hasta ahora que al fin recuerdo. La cuestión es “¿quién ha sido?” y “¿por qué lo hizo?”, mi memoria no me alcanza si hubiese granjeado enemigos. A menos que hayan sido los Amani.
-No habia signos de que fuesen ellos, y no es el modo de actuar de esos trols abominables. Pero espera…-alzó la mano para que aguardara tras escucharlo su razonamiento o… testimonio, confuso e intrigado.- De ser cierto lo que dices y hubiera un enemigo, ¿por qué Mendoreth se entregó a la justicia? Se sentía culpable, es más, dijo que la culpa era suya.
-Eso es lo que querría averiguar. Y sobre todo, si se hizo él mismo eso… o se lo hicieron. -concluyó.
-Denoroth… estaba completamente ido, perdió la razón cuando lo encontramos. Balbuceaba, escribía repetidas veces eso, ya te lo dije, estaba alterado, tuvimos que darle un tranquilizante. Ni siquiera sabemos si sigue vivo o si murió en la celda. Pero en el caso de que estuviera vivo, no creo que saques nada en claro.
-Igualmente iré. -respondió, muy serio.- Si no sacara nada en claro, volveré a la Casa Annor por si hubiera algún indicio o algo inusual que me conduzca al asesino, y si no encontrara nada…-su rostro se contrajo en amenaza, siseando entredientes, con toda la cólera asomada desde las entrañas.- Pido a la Luz que me permita tener a ese hijo de puta a mi alcance y pueda vengarme.
Ethoras lo miró detenidamente. Asintió una vez sin ánimo de detenerlo o contradecirle.
–Selama Ashal’anore. La justicia de Quel’thalas caerá sobre su peso. -dijo convencido- Si contigo se abre el caso, con tu testimonio y el de tu sirviente, si aún conserva la cordura, podremos dar con él. -concluyó, con una suave una palmada suave en su hombro, dándole su encomio y ayuda.
Agradeció que su antiguo compañero de batalla estuviese con él en esos momentos tan cruciales, dibujando una media sonrisa en los labios.
-Deberías darte un baño caliente y descansar. -sugirió el forestal.- Te conseguiré algo para que puedas dormir esta noche y no te atormente lo ocurrido hoy. Iré a la ciudad a la casa del boticario.
A Denoroth le pareció una buena idea. Hacía días que no se daba un baño; levantó un poco la axila y le dio por olfatearse con un gesto desagradable. Hizo arrancarle una pequeña risa al forestal. Le dio dos palmadas al hombro de su amigo antes de levantarse de la silla y disponerse a marchar, pero Denoroth le detuvo un instante, cogiéndole del brazo. Sus miradas se encontraron.
-Gracias, Ethoras. -murmuró agradecido.- De no ser por ti… -dejó en el aire esas palabras, pero vio en los ojos del forestal, que sabía qué quería decir.
Ethoras respondió con una sonrisa, y se cogieron del brazo como camaradas, reafirmando su amistad.
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El despertar de la mañana fue gratificante, se sentía descansado y con fuerzas renovadas, incluso su mente estaba más despejada. Cambió de opinión respecto a ese elixir que consiguió Ethoras para que pudiera descansar. Sabía que esa noche la pasaría en vela, dándole vueltas, o recordando a su familia para cegarse por el fuego de la venganza. A pesar de los infortunios y la próxima visita a los calabozos de Lunargenta, se sentía con cierta confianza de que sabría afrontarlo, aunque no por ello dejaba de tener esa inquietud, pues volvería a ver a su sirviente después de tantos años olvidados.
Salieron de la posada en dirección a la ciudad. Hacía tiempo que no pisaba Lunargenta y no parecía que hubiera sido asediada hace seis años. La última vez que la vio, la parte del Bazar estaba destruida por la plaga, pero con esfuerzo, la habían reconstruido. Tenían que ir a la plaza del Errante, debían ir al calabozo de la Sala de la Sangre.
Ethoras saludó a sus compañeros que entrenaban en la Plaza y, antes de llegar a las puertas de la Sala de Sangre, salió el Maestro Sol Sangrante del edificio con cierto asombro, cargado de irónica diversión y con una sonrisa de suficiencia.
-Vaya, Ethoras Ennorien en persona. Los años te han tratado bien, ¿qué tal en Tranquilien? ¿Aún se respira más el hedor de la plaga cerca de los renegados?
-Ahorrate tu bravuconería, Sol Sangrante. -respondió el forestal, tajante.- no hemos venido a verte. Necesitamos ir al calabozo a ver a uno de los presos.
El Maestro miró a Denoroth con vehemencia, inspeccionándolo. El guerrero clavó la mirada en los ojos del campeón, impertérrito.
-Y ¿quién es tu acompañante? Huele a mercenario a distancia.
-Contén tu tono despectivo. Este es Denoroth Annor’Othar, de la Casa Annor.
Cambió su expresión con cierto asombro, mirándole de arriba a abajo.
-No sabía que aún quedasen miembros de esa casa vivos. -su tono parecía algo más respetuoso- Llegué a conocer al General Denoriel Annor’Othar. Imagino que debes de ser su hijo, te pareces a él. Mi sentido pésame por su muerte.
Denoroth dio un asentir, aunque no sabría descifrar si realmente lo sentía o si en realidad era cierto de no saber que el único heredero de Annor viviese. Pero él era el menor de sus problemas en ese momento.
-Si fueras tan amable. -intervino Ethoras, impaciente.- Tenemos que ver a Mendoreth Dobrah’rien. Fue a quien entregamos hace seis años del caso “Annor”.
Sol Sangrante hizo una mueca de lucidez al recordar a quien se refería.
-¡Ah, sí! quien se arrancó los ojos y se cortó la lengua. -respondió con poca sensibilidad.- Está bien, pasad.
Siguieron al Maestro hacia la entrada de las mazmorras bajo el cuartel de la Sala de Sangre. El pasillo era lóbrego con varias antorchas en las paredes que fulguraba fuego arcano; el ambiente estaba cargado. Llegaron al umbral del pasillo, donde dos Caballeros guardaban la entrada y se cuadraron en presencia del Maestro.
-Buscan a Mendoreth Drobrah’rien -anunció a uno de los guardias. Miró a ambos individuos antes de dejarlos con ellos.- Os guiarán hasta su celda. He de dejaros. De corazón espero que se resuelva este caso. Lleva demasiado tiempo abierto.
Ethoras simplemente asintió. Era en la única cosa que podría estar de acuerdo con él. A pesar de que los Caballeros de Sangre se redimieron de sus acciones tras la recuperación de la Fuente del Sol, y las diferencias entre Los Errantes y los Caballeros hayan mermado considerablemente, hay carácteres y huesos duros de roer como el propio Sol Sangrante.
-El prisionero de la celda trece. -relacionó enseguida uno de los guardias que se adelantó para acompañarlos.- Bien, pasad.
La sala era enorme y circunferencial. El campo antimágico de cada celda fulguraba violáceo en cada puerta. Se separaba de entre las demás, celda por celda con un tabique de pared gruesa de unos treinta centímetros. No se hacían demasiados prisioneros. Normalmente, la ley Thalassiana era rápida e inflexible. Destierro… o muerte. No había indulgencia posible. Si un caso era lo suficientemente misterioso sin apenas respuesta, los inquisidores del Magisterio se ocupaban de entrar en las mentes de los posibles sospechosos hasta dar con el asesino, pero rara vez se les requería de sus servicios ante la eficacia de la justicia de Lunargenta. Aunque, al parecer, la mente del prisionero era demasiado abstracta y difícil de leer para poder llegar a una conclusión propicia. Poco a poco, iban acercándose a una de las celdas que apenas la luz de los braseros del pasillo alumbraban.
– Eh, tú. Tienes visita. –anunció el guardia desde fuera. Se desdibujó una puerta en ese campo antimágico contingente entre ambos tabiques donde habría al menos cinco metros cuadrados en su interior. Un elfo muy delgado salía de una esquina donde estaba sentado. Tenía una barba poco poblada y maltratada, con los ojos tapados en una venda. Su piel era grisácea y arrugada, parecía un desdichado. Llevaba unas ropas andrajosas: una camisa y un pantalón con varios remiendos, con la tela gastada, que en algún momento había sido amarilla, ahora era de un color ocre oscuro. Denoroth abrió los ojos traumado ante la imagen. Por un instante, deseaba poder largarse de ahí, pero… reunió la fuerza suficiente para no hacerlo. Miraba a su supuesto sirviente en la oscuridad, apoyando la mano en el tabique. Ethoras le observaba, creyó oportuno cierta intimidad, así que miró al guardia y le pidió un instante a solas.
El prisionero se acercó a la luz que arrojaba aquellos braseros. Denoroth sintió como su corazón se encogía al ver así a la persona que le crió. Mendoreth estiró el brazo hacia la pared, palpándola para quedar cerca de la puerta, temeroso y tenso, desconocía quienes eran sus visitantes. Denoroth bajó su mano hacia la del prisionero, sobresaltando a su criado por el contacto, pero no retiró su mano. Su rostro se compungió al sentirla, con una terrible incertidumbre.
-Hola, viejo amigo… -se pronunció Denoroth.
Mendoreth, tras escuchar a su señor quiso palpar su rostro por si sus oídos no le engañaban. Tras saber que era él, se convulsionó sollozando. Se postró a sus pies rompiendo a llorar. Denoroth contuvo un nudo en la garganta, conmocionado. Le ayudó a levantarse, donde a duras penas el sirviente lograba sostenerse en pie de la congoja y acabar abrazándolo. Difícilmente podía contener las lágrimas. Ethoras les dio un momento, era un encuentro emotivo, después de tantos años. Cuando vieron que el preso apenas podía sostenerse, lo volvieron a sentar en la cama, sentándose junto a él. Cogió la capa de su señor y la besó mientras se mecía entre sollozos. Denoroth se calmó, debía controlar sus emociones
-Mendoreth… quisiéramos hacerte unas preguntas. -dijo con suavidad, haciendo grandes esfuerzos por usar la templanza. Él negaba con la cabeza constantemente, mirándole con suplica.- Por favor…, necesito que puedas responderlas. Si estoy aquí, es porque creo que eres inocente.
El preso se quedó quieto al escucharle mostrando un profundo temor.
-Necesito que puedas explicarme qué ocurrió ese día. Podemos acercarte un papel y una pluma por si pudieras escribir la respuesta.
Él apartó el rostro, volvió a negar de nuevo.
-Sé que los recuerdos son horribles y volver a recordarlos solo causaría dolor… pero no voy a permitir que te quedes más aquí por una culpa que no fue tuya.
Mendoreth volvió el rostro a su amo, se compungió y volvió a asentir contradiciendo sus palabras entre sollozos. Denoroth miró a su compañero con cierta impotencia.
-Traeré algo para escribir, enseguida vengo. -Ethoras se levantó y les dejó a solas.
-¿Quién te hizo esto, amigo mío? -le preguntó mirándole afligido.
Este no contestaba, tan solo se mecía y posaba parte de la prenda de la capa de su señor en el pecho.
-Ese día, no debí haberme marchado de casa… no debí haberos dejado solos.
En ese momento, volvió a su amo queriendo tocar su rostro y reseguir el contorno con sus dedos ásperos. Asintió lentamente, compungido. Denoroth se intrigó, quiso empezar a preguntarle, pero Ethoras entró seguidamente a la celda.
-Aquí tienes, espero que no se le haya olvidado escribir.
Colocó en las delgadas piernas de Mendoreth la hoja sobre un tablón para apoyarse, pero este lo apartó enseguida y volvió a negar enérgico con la cabeza.
-Tienes que hacerlo. Por favor, no te niegues. -Denoroth volvió a colocarle el tablón sobre sus piernas. Cogió la pluma previamente mojada en tinta y se lo colocó en su mano derecha.-Ahora… vamos a hacerlo despacio. Asiente o niega si son preguntas que lo requieran. Lo demás, trata de escribirlo.
Este sollozaba con el rostro compungido y suplicante.
-Es necesario, Mendoreth, ya sé que no quieres, pero esta vez hazlo por mí. -rogó Denoroth, calmado.
Mendoreth asintió muy lentamente sin dejar de llorar. No le salían lágrimas de sus ojos puesto que estaban vacíos y ni mojaba la venda que cubría tal atrocidad.
-Te haré una pregunta sencilla: ¿te hiciste esto?
Él negó una vez con la cabeza, algo asustado.
-¿Estabas ese día… cuando ocurrió?
Él asintió, de la inquietud se mecía nervioso, pero Denoroth posó la mano en su brazo para que dejara de hacerlo ante la magnitud de la siguiente pregunta.
-¿Quien mató a mi familia?
Volvió a sollozar de nuevo, y comenzó a escribir. “La culpa fue mía” una y otra vez. Denoroth detuvo su mano.
-Volveré a formularte la pregunta de otro modo. ¿Por qué dices que es culpa tuya?
Mendoreth quedó un poco más quieto aunque temblaba. “La sangre de los Annor era mi responsabilidad, es culpa mía”.
-¿La sangre de los Annor? -preguntó sin entenderle- No estás respondiendo a mi pregunta. Sé claro, Mendoreth, ¿A qué te refieres?
Volvió a escribir: “Debí protegerte cuando estuve a tiempo. Pero ya era tarde…”. Denoroth negó con la cabeza aún sin comprenderle.
-¿Protegerme de qué?
Mendoreth apoyó la mano en la mejilla de su amo un instante. Despacio volvió a apoyarla en el papel: “De la maldición de los Annor. La sangre de su linaje se corrompió”
El guerrero miró a su compañero tras leer lo escrito. Este le miró con la misma tensión. No parecía querer formular más preguntas, así que Ethoras siguió, creyó oportuno presentarse y amainar un poco la tensión:
-Mendoreth, soy Ethoras, no sé si te acuerdas de mí, fui compañero desde la infancia de Denoroth, en ocasiones he ido a la casa Annor, de eso hace algún tiempo.
Él asintió aún tembloroso y huidizo.
-¿Podrías decirme en qué consiste tal maldición?
“La tradición de los Annor era honrar a la familia y legar la espada a aquel descendiente puro. Pero mi señor Denoroth quebró su linaje”
-¿Qué sucede si se quiebra?
La mano de Mendoreth comenzó a temblar, no podía escribir algo definido. Sollozaba y dejó la pluma para taparse el rostro con sus manos. Denoroth le miró compasivo y angustiado.
-Démosle un descanso. -sugirió Ethoras. No parecía que el preso soltara más al revivir recuerdos espantosos. El elfo asintió y le recostó en el camastro.
Mendoreth volvió a coger la capa de Denoroth y a besarla compungido, entre lágrimas.
-Descansa… -dijo el guerrero mientras le tapaba con una manta y acariciaba su frente.- ya habrá otro momento para hablar.
Salieron de la celda, avisaron al guardia para que regrese. Cerró la puerta y los acompañó hasta afuera. Quedaron un poco consternados, especialmente Denoroth, que quedó muy afectado. Salieron a tomar el aire.
-Ha dicho más de lo que dijo cuando lo encontramos -anunció Ethoras.- No está tan loco como parece. Creo que esperaba este día.
Denoroth dejó la mirada reflexiva en algún punto del suelo.
-Es como si estuviera reviviendo una y otra vez cada recalco de mi padre por honrar a la familia. Creo que está obsesionado con esa tradición y parezca que realmente fue él quienes los asesinara. Quizás… pidió ayuda, alguien más preparado y que lo hubiese maquinado todo. Que en un acto de arrepentimiento no opusiera resistencia para que lo metieran preso.
-Eso sería posible, sí… -concordó Ethoras ante su conjetura.
Un par de Caballeros de Sangre se apresuraron al encuentro de ambos elfos.
-Tenéis que regresar, ha sucedido algo con el preso a quienes habéis visitado.
Ambos elfos se miraron un poco alarmados y corrieron a los calabozos. Al llegar a la puerta de la celda de Mendoreth, le encontraron ahorcado con su propia sábana atada a los barrotes del respiradero que quedaba en lo alto de la pared, la cama estaba en el centro de la celda.
Denoroth apartó la vista.