Denoroth Annor'Othar

Denoroth: Memorias de un Rompehechizos (VI)

Medité en lo que percibí de la batalla durante casi un año combatiendo. Era como si estuvieran imbuidos esos orcos con una extraña magia demoníaca. A día de hoy concluyo de donde procedía: El poder vil de Gul’dan cubría como una sombra imperecedera las tropas de Orgrimm Martillo Maldito, otorgándolos más poder, seguridad y fuerza. No teníamos un futuro prometedor, se escuchaba que llegaban legiones de orcos desde el portal oscuro amenazando con sitiar la ciudad de Ventormenta.

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Pero hubo un giro inesperado del destino. Ambos líderes orcos tuvieron un enfrentamiento, se escuchaban rumores de que la horda estaba perdiendo fuerza y se estaba dividiendo. La suerte parecía sonreírnos, era el momento de atacar. Fuimos destinados a Ventormenta, el centro de la batalla donde estaba más en auge. Dirigidos por Lord Anduin Lothar, un Caballero del ejército del Rey Llane Wrynn, nos hicimos con la batalla dividiéndonos en dos frentes, la horda se esparció, unos retrocedían al norte, hacia las estepas ardientes, pero una gran parte del resto de nuestros enemigos, les hicimos llegar hasta el Portal Oscuro, debíamos expulsar de Azeroth a esos seres sanguinarios, devolverles al infierno de donde procedían. La resistencia del norte les llevó hacia la montaña Roca Negra donde los redujeron. No fui testigo de la derrota del líder Orco, puesto que me hallaba en la resistencia del Portal y esperar a que destruyeran el acceso. La victoria era nuestra, la horda fue derrotada. La rendición de los supervivientes de la extirpe de Orgrimm fueron sometidos y llevados a campos de concentración como esclavos.

Se contaba el enfrentamiento épico que dio lugar en la Cumbre de Roca Negra entre Orgrimm y Lord Anduin donde falleció a manos del enemigo. El Teniente Turalyon recogió el escudo de Anduin, se enfrentó al líder orco y le dio muerte. A día de hoy, todavía se recuerda al héroe que nos condujo a la victoria. En su honor, se erigió una estatua en el Valle de los héroes en Ventormenta para no ser olvidado.

Lo celebramos en Ventormenta, fue entonces cuando probé por primera vez la cerveza enana. Hubo risas, música, baile y un gran festín. En ese entonces, sentí la unión a esa Alianza, no me parecían tan terribles los humanos, incluso llegué a admitir que tenían valor. Después de un año durmiendo a campo raso, esa noche dormí en una mullida cama, no podía creer que en verdad la guerra había acabado. El regocijo duró hasta el alba, nuestro comandante se apiadó de nosotros y nos dejó descansar. Teníamos que partir de inmediato a Lordaeron antes del ocaso, llegar frescos al amanecer y entregar los informes de guerra, restablecer de nuevo el orden. Cuando llegó el momento, cabalgamos rumbo hacia Lordaeron, fue entonces cuando volví a ver a Seline montada en su caballo unos metros más adelante. La tensión era menor, podía verla sin que ella lo notase. En todo ese tiempo, no la había visto, mi propósito no fue tan difícil. Quizás ella también quiso evitarme, no era para menos, me comporté como un bastardo, tampoco tenía intenciones de disculparme, sabía que cuando llegásemos habría más momentos en que tendría que verla, así que decidí que en cuanto llegase, una vez entregado los informes, partiría a Quel’thalas.

Hubo demasiadas pérdidas en esa guerra. Mi pueblo no estaba muy contento con el resultado, el Rey Anasterian tuvo una reunión con los otros líderes de la Alianza y al concluir, recibimos la orden de replegarnos para volver a casa nada más amanezca. Pasé el resto del día en Lordaeron, sería mi última estancia ahí, caminé por las calles hasta bien entrada la tarde, el sol se ocultaba tras las montañas, corría una brisa agradable. Los serenos encendían los farolillos nada más aparecer la primera estrella en el cielo. Mis pies me conducían al patio de armas que pisé por primera vez. No había ni un alma. Mi espada estaba asida a mi espalda, así que, creí acertado hacer un poco de ejercicio y calentar mis músculos para ordenar mis ideas. Entrenar siempre me ayudó a pensar. Más tarde, noté que no estaba solo. Miré la puerta, y la tensión volvió a apoderarse de nuevo en mí al verla.

-Jamás pensé que te encontraría aquí. -me dijo. Al parecer ella iba también a entrenarse aquella noche casualmente.

Enfundé mi espada, evité mirarla más de cinco segundos para no sentirme vulnerable y quedar impasible o indiferente.

-No por mucho tiempo.

-Lo sé. -respondió. La miré un tanto asombrado.- me dijeron que regresabais todos.

-Deberías alegrarte. -respondí con vehemencia- no vas a volver a verme. Aunque tampoco nos hemos ido viendo, afortunadamente.

Desató su maza que llevaba en su espalda, me miró desafiante, con resentimiento.

-¿Qué haces? -pregunté extrañado.

-¡Sellar lo que empezaste! -cargó contra mi y nos batimos en un duelo.Sentí algo distinto. A cada golpe de mi espada contra su maza comprendía más sus ataques, lograba esquivar sus cortes horizontales, su luz me hacía daño aunque no el suficiente para hacerla retroceder. Esa vez, quien perdía la seguridad era ella, tenía más reflejos, avanzaba paso a paso hasta tenerla entre mi espada y la pared. Cruzamos las armas, presioné, no podía escapar, la miré a los ojos, podía haber sentido un aire de triunfo, de hecho, es lo que esperaba, pero no me sentía satisfecho.

-No esta mal, elfo. -espetaba entredientes, respirando agitada. Su odio proyectado en mis ojos.- Mejoraste tu agilidad. Podrás sentirte orgulloso y decir que me has vencido, puedes volver a tu hogar sin ningún sentimiento de derrota.

La miré con extraño asombro.

-¿Me has desafiado solo por esto? -me sentí molesto, pero no bajé mi espada, aún la tenía prisionera y el filo tocando su cuello, no me daba miedo mirarla a los ojos.

-¿Por qué si no ibas a odiarme, Annor’Othar? Por eso me conservaste viva, ¡por esto me salvaste la vida! No debía ser ese orco quien me quitase de en medio, ¡tú mismo lo dijiste! fue por deber, pero en el fondo era para que fueses tú quien tuviese la oportunidad que estabas esperando, yo solo te he dado lo que esperabas.

Sentí como mi corazón galopaba, cada vez latía con más fuerza, una mezcla de cólera y el ahogo de una verdad que luchaba con toda mi alma que no brotara.

-Sí,… es cierto, no puedo soportar tu presencia. -respondí entredientes. La presioné más, noté que trataba de empujarme con su maza cruzada a mi espada, la hacía daño, fue entonces cuando me di cuenta de lo cerca que estaba de su rostro. Sentí un fuego que me hervía la sangre.- ni siquiera ahora la soporto…
Bajé apenas los ojos hacia sus labios y la besé con ardiente deseo. Para mi sorpresa, era correspondido y eso avivaba más mi deseo de poseerla. Nuestras armas nos molestaban y las dejamos caer al suelo. Desaté todo lo que contuve desde que la vi, todo lo que sentía por ella, creí sentir odio durante todo este tiempo, pero no era así, mi odio me eclipsaba mis verdaderos sentimientos.

Aquella noche la hice mía y la abracé nada más consumar. 

-Seline…-susurré su nombre, acaricié su rostro, nuestros cuerpos estaban desnudos, la sostenía apoyada en la pared, sentía su cuerpo vibrante, veneré esos preciosos ojos.- Eres tan bella… incluso ahora te veo más hermosa que nunca.

-No quiero que te vayas…-su mirada suplicante encogió mi corazón. Por primera vez en mucho tiempo, sentí lo que era amar sin contenerme. Sin engañarme a mí mismo.

-No pienso dejarte escapar, esta vez no. «

Denorth suspiró  tras escribir ese recuerdo con enorme nostalgia. Hizo una pausa y dejó la pluma en el tintero. Se frotó el rostro con la mano; llevaba horas escribiendo sus memorias. Cerró su diario, se preparó la pipa y salió de la habitación de la posada hacia fuera. Sus dedos estaban un poco agarrotados de coger la pluma, era noche cerrada, no tenía ni una pizca de sueño, ni siquiera había comido en horas. Se tomó esa pausa bien merecida, aún debía sumergirse en más recuerdos.

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