Denoroth Annor'Othar

Denoroth: Memorias de un Rompehechizos (V)

bibliotecarios

Se levantó y rebuscó en su alforja su diario, apurado. Lo tenía todo claro en su mente, no quería que desapareciera ese torrente de recuerdos, tenía que plasmarlos en esas hojas que por tanto tiempo le acompañaron. Necesitaba fumar de su pipa, debía calmar un poco la ansiedad. Preparó el calibre de hierba, la encendió y dio una fuerte calada; expulsó el humo lentamente con gran alivio. Mojó después la pluma y comenzó a escribir en la contigua hoja en blanco:

“Ahora mis sueños dejaron de ser borrosos y confusos mezclado con el temor, y vagos recuerdos que mi subconsciente no dejaba ver. El Oráculo solo me concedió un rasgo de mi pasado, pero mi mente completó el rompecabezas restante, es en este momento cuando todo parece ser más clarificante:

Había olvidado por completo toda mi vida feliz junto a ella. Seline… sí, la recuerdo, mi amada Seline. Recuerdo aquel día cuando la vi por primera vez, el sentimiento que me produjo ver su belleza, una humana, un ser que creía débil, como toda su congénere, por su corta esperanza de vida.

Aquella asamblea terminó antes de lo esperado. Había recibido las órdenes de que mi escuadrón y yo partiéramos al alba con el general Garithos, del cual no me inspiraba ninguna confianza, en sus ojos podía leer prejuicio.

Quise quedarme cuando todos se despidieron en aquel balcón, por si veía de nuevo a la infantería entrenarse. Sentía curiosidad la forma en cómo mantenían la fe en su arma y como brillaban por aquella Luz que tanto se oía en Lordaeron. Su espíritu de lucha no les inspiraba temor alguno. Volví a ver a aquella mujer de nuevo, apreté la baranda con mis manos, sentía un profundo rechazo por ella, vi cómo también hechizaba con esa luz su maza, una paladín como su contrincante. Bajé a verlo más de cerca, pero creo que fue un arrebato de querer desafiarla, derrotarla y demostrarme que podía arrebatar esa belleza insultante no digna de un humano. Fui directa a ella, todos me miraban:

-¡Eh! -la dije, estando ella de espaldas en mitad de sus entrenamientos. Qué idiota fui, no sabía como llamar su atención. Seline se dio la vuelta y me miró directamente a los ojos, recuerdo como se me heló la sangre por aquella mirada, pero reaccioné al momento.

-¿Sí? -contestó, pero no le agradó como me dirigí a ella. Estoy completamente seguro, que lo primero que se le pasó por la cabeza era “¿quién será este cretino?” y no era para menos. Por el Sol Eterno… no sé qué se me pasó por la cabeza, solo sé que desenvainé mi espada y me posicioné para enfrentarme a ella sin decirle nada más que eso.

– Je… ¿quieres intentarlo? -me propuso, sorprendida.

-Veamos como lo haces. -la contesté, desafiante.

Pareció satisfacerla que un reto nuevo se le presente. Aferró su maza y antes de que invocara nada, cargué a ella con toda mi furia. Cruzamos las armas, nos miramos directamente a los ojos mucho más de cerca, nos separamos y batimos en duelo con un sin fin de ataques, esquivando, parando, contraatacando. Era muy buena luchando, tanto que me costaba en ocasiones centrarme, no sé si era por sus golpes de maza que a duras penas paraba con un mandoble, o por que quería verla esos ojos inyectados en mi, viéndome como un enemigo, apretar los dientes para cruzar su maza contra mi espada. Para mi sorpresa, la Luz me dañaba, por no decir sus golpes de maza contra mis costillas. Era poderosa, tanto que me venció. Sentí la humillación en primera persona, ¡vencido por una mujer humana! Me decía a mí mismo tirado al suelo escupiendo sangre. Recuerdo cómo se rió de mí.

-No ha estado mal, elfo, nada mal. Pero me temo que has tenido exceso de confianza y has ido bastante lento. -ladeó después su cabeza mirándome curiosa.-Oí tu nombre cuando te dieron las órdenes, Capitán Annor’Othar, ¿no es así?

No le respondí, tan solo sé que pudo leer mi odio en mi mirada, respiraba muy fuerte, resentido y humillado. Le pareció una desconsideración que no le contestara y la infundí recelo contra mi raza.

-Ten mucho cuidado, Capitán. No estáis en Quel’thalas precisamente. -me dijo con amenaza. Me acercó con su bota mi espada y se marchó.

Tenía razón, me confié demasiado en el duelo. Creí que mis entrenamientos como Rompehechizos no me supondría ninguna dificultad resistir esa Luz; aunque solo quería alimentar mi odio y repudio. Tanto fue así… que su luz brillaba contra mí y no importaba. Codicié esa luz, creí que si la tenía, podía vencer ese sentimiento, podía vencerla y verla como un ser inferior, humillarla como ella hizo conmigo. Quise hablar con un maestro paladín, la forma en cómo le hablé, casi exigiéndole que me enseñara a manejar esa luz era irrespetuoso, más para aquel humano que estaba teniendo gran paciencia a pesar de saber que le estaba ofendiendo. Pero el maestro me dijo con una considerable calma y rectitud que la Luz no se exigía, había que depositar fe en ella y que ella te acepte para que pueda fluir en uno mismo. Ser fiel pasara lo que pasara. Vio que mi interés por la Luz no era si no para usarla de forma egoísta así que concluyó diciéndome:

-Si esperas que la Luz bañe tu espada, olvídate de ello. Tú no estás preparado para comprenderla. Tu corazón no es humilde ni tampoco dispuesto, tu comprensión no alcanzaría siquiera creer en ella.

Me desconcertó, estaba obsesionado, a pesar de mi indignación con el Paladín. Tenía razón, y eso me molestaba, que un humano me diera lecciones de moral.

Me quedé en Lordaeron, no regresé con los de mi escuadrón. Les pareció extraño, pero mi única respuesta ante sus preguntas, es que quería conocer mejor la estrategia de los humanos, a fin de cuentas, en pocos días sería destinado a las humedales para reducir a los Orcos que avanzaban desde el Sur. No fui el único que se quedó, pues varios más de otros escuadrones enviados por Anasterian, los más preparados, se quedaron. Debíamos ser cautos, éramos aliados, y eso significaba tener que cooperar. Algunos tenían más facilidad, otros… a duras penas contenía su aire despectivo, pero no hacían ruido ni decían nada.

El día de la partida al frente de las humedales se acercaba. El ejército que se formó entre humanos, elfos y enanos se movilizaba hacia el frente. La resistencia cada vez flaqueaba y nosotros éramos los refuerzos, los orcos avanzaban como lobos hambrientos barriendo todo a su paso. La batalla era cruel y encarnizada. Esos salvajes pieles verdes eran fuertes, sus rugidos fieros atemorizaban al menos experto en la batalla, especialmente a algunos cadetes humanos jóvenes que se alistaron para esta guerra, idiotas… más les valdría haberse quedado en Lordaeron a las faldas de sus madres.

Muchos orcos probaron mi espada y di muerte a tantos como pude. Tan solo un momento dejé de ser el blanco, eché un vistazo al campo de batalla, me sentía cansado, pero aún me quedaban fuerzas para seguir luchando. Avisté a Seline a unos metros cerca de mi, estaba en dificultades. Yacía en el suelo parando los golpes de uno de esos salvajes. Cada vez le costaba más detener los fuertes impactos y no le quedaban fuerzas para invocar su luz. Sentí ira, un fuego que se extendía en mi interior. No me dio tiempo a pensar, solo mi instinto actuó por mí. Me quedaba una hachuela asida en el cinto, sin dudar, la cogí con presteza y lancé con precisión hacia la cabeza del orco. El cuerpo inerte se desplomó encima de la mujer, pero esta se lo quitó de encima enseguida. Me miró y tan solo asintió en gratitud. Le devolví el asentir y proseguimos la lucha. Conseguimos que los orcos retrocedieran, la batalla duró hasta el ocaso.

Muchos heridos fueron trasladados al campamento, y las bajas, cientos de cuerpos muertos, fueron depositados en fosas para ser quemados sus cuerpos. No había tiempo para llorarlos o devolverlos a Lordaeron para darles un entierro digno. Oraron por sus almas cada uno a su forma. Recuerdo que en ese momento me retiré fuera del campamento cerca de la playa. El oleaje traía cierto consuelo, me hallaba inmerso en mis pensamientos esa noche. Había perdido a varios de mis hombres. Empecé a comprender que tan solo estábamos de paso y que nuestras vidas, por muy largas que fuesen, solo era un préstamo. Únicamente, si eres afortunado, puedes elegir qué fin te gustaría tener. Murmuré una oración, esos hombres habían luchado con honor y no hay mejor muerte que luchar por los tuyos.

-Me ha costado encontrarte -oí una voz femenina reconocible que interrumpió mi oración. Fue como si sintiera una descarga eléctrica y que aquel sosiego se evaporara. Me di la vuelta para comprobar que mis oídos estaban en lo cierto. Sus heridas estaban sanadas, no portaba la coraza, solo una camisa que bajo ella, a través de la abertura de su cuello, se podía ver parte del vendaje. Estaba aseada y limpia a diferencia de mí. No había pasado por la enfermería, tenía cortes superficiales y mi armadura estaba manchada de barro mezclada con sangre.

-¿Qué quieres? -pregunté secamente.

-He venido en son de paz, Annor’Othar. No soy tu enemiga, deja la hostilidad por una vez. -me reprochó. No la rebatí, esperé a que siguiera.- Quería darte las gracias por haberme salvado la vida.

Me sorprendí, no supe que decirle, solo aparté la vista. Quise decirle algo agradable, pero mi orgullo y mi resentimiento eran más poderosos que la razón o cortesía, la dí la espalda, era lo único que se me ocurría.

-Guárdate tu gratitud. Estuve apunto de dejar que ese orco acabase contigo, si lo hice, no fue por salvarte, si no por deber.

-¡Haberme dejado morir, entonces! -bramó cogiéndome del brazo y haciendo que vuelva a mirarla.- ¿¡Qué diablos te pasa Annor’Othar!? Vengo a darte las gracias ¿y me escupes en la cara?

Sol…, esa mirada, esos ojos azules. No podía mirarla, era la primera vez que la tenía tan cerca de ese modo sin que una espada se interpusiese entre nosotros. Me negué a que vea tal debilidad en mis ojos, la aparté y me marché, no podía quedarme ahí ni un segundo más. Oí gritar mi nombre, pero no me detuve, debía irme, tenía que hacerlo, debía saber qué demonios me estaba pasando. Una humana me estaba haciendo ser débil y cada vez mi odio crecía por ella. Tomé una decisión, debía evitarla, alejarme de ella tanto como me fuera posible. Esa noche no dormí, miraba las estrellas echado a la intemperie al lado de una hoguera. Algunos hacían la guardia, merecíamos un descanso después de ver tanto horror. Me curaron las heridas y me aseé, mi espada permanecía cerca por si se escuchara gritos de emboscada, pero esa noche, hasta el enemigo necesitaba un descanso.

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