En la vigilia de la noche de las Tierras de la Peste, resguardado en la Capilla de la Luz, sus sueños volvieron a agitarlo. En sus sueños se hallaba en algún lugar húmedo y lúgubre. Por el continuo goteo y el murmullo del agua tras palpar la fría roca maciza de las escarpadas paredes, intuyó que podría encontrarse en alguna caverna. Le fue difícil avanzar por la poca visibilidad.
A lo lejos, divisaba una luz que iluminaba parte de una de las paredes, apresuró el paso con la posibilidad de encontrar la salida, pero tan solo encontró una recámara misteriosa:
La sala la iluminaban algunos braseros que habían alrededor. En las paredes habían distintas charcas escalonadas en varios túmulos de distintos tamaños, donde perezosamente, caían gotas desde las estalactitas del techo.
Cogió la antorcha que había en el umbral y se acercó hacia las charcas fascinado, sonriendo de forma involuntaria por tal rareza. No osó tocar nada, pero, al asomarse a una, comenzó a brotar una luz celeste en todas las charcas, se maravilló riendo levemente agradeciendo ese regalo a su vista. Su sonrisa desapareció al ver que no estaba solo cuando se dio la vuelta. Era un individuo bastante alto, no podría identificar qué raza sería puesto que su cuerpo y su rostro estaba completamente cubierto. Palpó su espalda para desenvainar su arma, pero estaba desarmado. No sabía si podía ser amigo o enemigo, así que con prudencia trató de acercarse. El individuo alzó la mano en señal de que no siguiera avanzando, el elfo se detuvo y le miró intrigado, inspirándole cierto respeto. Este bajó la mano y procedió a hablar.
-No temas -dijo con voz grave- no voy a hacerte ningún daño. Te estaba esperando, Denoroth. Bienvenido.
-¿Quién eres y como sabes mi nombre? -preguntó desconfiado.
-La pregunta es la que menos debe importarte. Realiza la pregunta adecuada. -respondió.
El elfo no se esperó tal respuesta. Miró alrededor de reojo echando el último vistazo fugaz en la sala.
-Entonces, ¿qué hago aquí? -preguntó inquieto.
-Esto, representa tu interior, representa tu subconsciente.
-¿Mi subconsciente? -dijo incrédulo dando un paso atrás.
-Durante meses, desde que te escogí, has estado realizándome preguntas. No de la orden, no del motivo de mi elección. Cuestionaste si pudiera ser real, y de serlo… ayudarte a recordar.
-Eres el Oráculo…-intuyó el elfo sorprendido al escucharle.
-Respondí a tu petición -continuó- . La pregunta es… si estás preparado. Habrán cosas que tal vez llegues a recordar, otras…, que puedan flaquearte.
-Estoy preparado…-dijo no muy seguro-. Y en el caso de que no lo estuviera, debo de estarlo.
El Oráculo le invitó a acercarse al túmulo del centro de la sala, donde una estalactita apuntaba sobre ella desde el techo. El goteo era más continuo que las otras charcas. El agua era transparente y no se había iluminado como le había sucedido antes con las anteriores.
-Solo verás hasta donde te permita sin discusión posible. La razón, es no llegar a la locura. La mente no siempre está preparada aunque el corazón o el coraje lo esté. -le advirtió.
Denoroth asintió aceptando la condición fijando la mirada en el reflejo del agua, viendo su propio rostro tenso. No era el momento de tener miedo. Su expresión cambió a alguien preparado.
-Toca el agua.
El elfo acercó la mano despacio y acarició con la palma la superficie. Empezó a iluminarse con una luz celeste cegadora:
La ciudad de Lordaeron podía distinguirse en la lejanía. Algunos Quel’dorei depositaban confianza en la Alianza del rey Terenas, aunque otros recelaban de la magnitud de su sabiduría. El Rey Anasterian envió a su emisario custodiado con una tropa de soldados y dos de sus generales para una asamblea. Los orcos estaban avanzando, y ambos líderes Gul’dan, un brujo maestro de las magias más oscuras de Azeroth y Orgrimm Martillo Maldito, Jefe de guerra. Poderoso enemigo y conquistador, amenazaban con sitiar los Reinos del Este. Era la primera vez en la que los Quel’dorei iban a reunirse en la ciudad humana para poder reducir a los orcos. El pueblo elfo fue amenazado por la Horda de Orgrimm de avanzar hasta sus tierras, donde los trols Amani habían pactado con esa Horda con tal de liquidarlos.
El carruaje del Emisario cruzaba el puente que atravesaba el río hacia la ciudad. Los generales trotaban con sus caballos en la retaguardia, Denoroth se encontraba detrás de los generales junto con otros cinco soldados más. La inmensidad del lugar poco importaba, su mirada era disciplinada, con la vista enfrente. Estaban cerca del Palacio, la Asamblea era en la Sala del Consejo de Guerra.
Subieron por unas escaleras hacia una especie de primer piso donde cruzaba un patio cuadricular. En ella, habían soldados paladines entrenando junto con otros compañeros de armas. Aun faltaban unos minutos antes de que las compuertas se abrieran para iniciar la reunión. Los enanos también asistieron y charlaban junto con otros humanos entre murmuraciones de inquietud y preocupación. Denoroth apartó la vista al frente un instante para ver entrenar a los humanos. Rara vez había visto la luz usada en las armas. Se acercó a la balconada serio e impasible pero en el fondo parecía intrigado. Detuvo su mirada en una mujer de espaldas con el cabello largo del color del ébano, entrenando con un soldado de infantería (a primera vista). Un humano sin armaduras venía corriendo hacia a ella.
-Seline, es la hora. -la dijo.
La humana asintió y se despidió de su compañero dándole las gracias. La siguió con la mirada, donde la perdió de vista cuando entró en el edificio. De pronto las compuertas se abrieron.
-Mis señores, por favor, entrad, disculpad la demora. En breve, la reunión empezará. -Anunció un humano semi armado con unas armaduras plateadas.
En la gran sala, había una enorme mesa con mapas de todos los continentes de Azeroth. Alrededor de ella, se hallaba el príncipe Arthas, Uther el Iluminado, los generales enanos y elfos discutiendo hacia donde podían contraatacar. Los orcos han podido entrar en el paso de Dun Algaz y el puerto de Menethil estaba amenazado. Algunos comentaban ciertas estrategias de combate, donde supuestamente atacarían los enemigos, inciando una donde hacerles frente.
En ese instante, Denoroth alzó la vista de los mapas, donde vio el rostro de aquella humana que vio en el Patio de Armas. El color de sus ojos eran de azul claro, almendrados. Sus labios, tenían un cierto tono rosado y carnosos y sus rasgos, eran de una belleza que ni el mismo elfo podía describirlo. Fue como si el aire de pronto le faltara durante unos segundos, aunque lo cierto, es que ya no recordaba como era respirar. Apartó la vista ofendido. “¿Cómo es posible que una simple humana, sea comparable a la belleza de los Quel’dorei?”. No quiso volver a mirarla, disciplinó a su mente para volver a concentrarse en lo que sería su nueva misión, pero no olvidó su nombre: Seline. Debía detestarla, se sentía profundamente insultado.
Esa imagen poco a poco se iba apagando hasta que solo veía oscuridad. Estaba despertando de aquel sueño. Un sueño que parecía real. Abrió los ojos al sentir el calor de los rayos de sol atravesar la ventana. No despertó como solía ser casi siempre, en mitad de pesadillas confusas y lo extraño, es que había descansado por primera vez en años. Se incorporó sin querer olvidar nada de lo que había soñado, ni siquiera el rostro de aquella mujer humana.
-Seline… -murmuró intrigado su nombre.
Aún tenía retenida en la memoria el sueño que tuvo. Creyó importante ponerlo en sus memorias. Sabía que no era un simple sueño, eran sus recuerdos. Antes de escribir, cogió el colgante atado en su cuello mirando de nuevo ese ojo misterioso grabado. Contempló un destello en el iris, era una señal, y sentía que el Oráculo lo estaba ayudando.