La pesadilla cubrió sus sueños más profundos. Se despertó con un acto reflejo de coger su espada dispuesto a defenderse, jadeante y empapado en sudor. El terror y la confusión se reflejaba en su rostro. Dejó el arma en el suelo, llenó una palangana de agua y lavó su cara varias veces para espabilarse. Debía escribir lo que vio:
“Odio soñar. Desde que tengo memoria, no he hecho más que tener sueños extraños, pero tal vez dentro de mis sueños exista algún ápice de mi pasado. Ojalá no sea así:
En mis sueños veo a la majestuosa Lunargenta en toda su gloria. Yo… un Capitán del escuadrón de los Rompehechizos. Parecía un hombre orgulloso. De repente la imagen cambió a otra. Una cama cubierta con cortinas de fina gasa. Dos cuerpos unidos, desnudos. Contemplé la escena viéndome encima de una dama de piel suave como la seda. Me era familiar su aroma, dulce y embriagadora, el tacto de su piel, sus besos, su pelo… negro como la noche. Unos ojos almendrados tan azules como el mar, mirándome.
Los ojos más hermosos que he visto nunca. Sin ese fulgor mágico. Sentía como si la amara y hubiera pasado casi toda una vida junto a ella.
Mi subconsciente jugó conmigo y me sumió a otra imagen aterradora, viendo una sombra oscura. Me arrebataba todo lo que parecía amar. Me vi expulsado de la ciudad, con grilletes mágicos y acompañado de unos guardias. Ya no era esa persona importante, si no un criminal. Desterrado… ¿Por qué? ¿qué crimen cometí? ¿Es real lo que he soñado o tan solo una señal? ¿qué significan mis sueños? ¿qué clase de persona fui?”
Dejó de escribir tratando de serenarse, su angustia no disminuyó. Había amanecido, era un buen momento para marcharse, no tardaría el Zepelín llevarlo hacia su próximo destino.
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La bruma se extendía en el ancho mar. El Capitán confió en que verían las luces de la torre de embarcación de grom’gol. Eran las primeras horas del alba, la humedad de la selva se notaba, y solo cerca del mediodía la niebla se disipaba. Denoroth pensó que no era bueno adentrarse en el corazón de Tuercespina por la poca visibilidad, así que, aprovechó para meter algo sólido en el estómago y hablar con los habitantes del poblado. Algunos conocían al elfo, sobretodo los familiares de sus antiguos compañeros de batalla; orcos nativos de los que compartió al principio escepticismos, pero después de pelear por mantener en pie el poblado de algunos ataques furtivos de la Alianza y salvar vidas de civiles, miraron al elfo con más respeto y camaradería.
Apenas reconocía la selva, todo había cambiado demasiado por los movimientos sísmicos. Desorientado, buscó a los trols paganos de las ruinas con un particular compañero del cual lo llamaba “Kim’jael”, una prole de raptor. Lo encontró en un nido donde habían un montón de huevos del cual su misión era acabar con ellos. Para su sorpresa el huevo había eclosionado antes de llegar por la parte donde estaba y lo primero que vio fue al elfo. Al creer que ya había terminado con ellos se dispuso a marcharse, por cada paso que hacía, sintió que algo lo seguía, cuando se giró para dar muerte a su persecutor, bajó la mirada y vio al pequeño. Al apuntarlo con la espada, lo miró fijamente, pero supuso que esos ojos y esos dientes afilados como agujas le enternecieron, así, que permitió que se uniera.
Era asombrosamente listo y aprendía deprisa. Tenía el olfato igual de fino que un sabueso, y para ser un pequeño no más grande que un conejo, devoraba un murloc en cuestión de segundos, parecía un pozo sin fondo. No podía quedarse con él, así que, un trol que pareció caer bien a al pequeño raptor, decidió cuidar de él. El lugar donde le destinaban era demasiado peligroso para traerlo.
Sus misiones le conducían al norte de los Reinos del Este, concretamente en Andorhal. El viaje había sido largo y no estaba solo por lo que vio, puesto que a varios más, y de la “nueva horda” como lo llamaba él, habían sido convocados. Al llegar el ocaso, después de inspeccionar la tierra, sacó su diario en un lugar seguro:
“Estas tierras poco a poco se han ido sanando y la plaga se ha reducido bastante. Esta vez he ido en calidad de mercenario y no como voluntario, mi bolsa de oro está empezando a perder peso. La Cruzada Argenta estaban haciendo un buen trabajo. Lo asomobroso de todo, es que el Circulo Cenarion hicieron este milagro, están devolviendo la vida lo que parecía muerto y marchito. Y los animales ya no tenían restos de la maldita peste, al menos la mayoría de ellos, aún quedaba mucho por hacer. Este paraje me hace recordar… sí… hace tiempo estuve aquí: La antigua Lordaeron, la Alianza, los pueblos cercanos a aquella ciudad majestuosa. Son solo imágenes difuminadas en mi cabeza, no logro recordar cosas concretas, hechos que he vivido claramente. A pesar de haberme prometido en alguna ocasión enterrar mi pasado, no puedo. Algo en mi interior me destierra y me condena, mi pregunta es por qué. Llevo arrastrando este sentimiento siete largos años.
Si por alguna razón encontrara la verdad… espero estar preparado.”
Cerró el libro y suspiró inquieto. Se levantó dispuesto a cumplir todas las misiones encomendadas, desde las Tierras del Oeste, hasta el Este, hacia la Capilla de la Luz.